La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Ni catalanofobia ni catalanofilia

El catalán Savall interpretando en Versalles al francés Lully para gozo de un sevillano: ¿por qué no pensamos en europeo?

Cumpliendo la famosa sentencia de Marx -"la historia se repite; primero como tragedia, y después como farsa"- lo que ahora sucede recuerda como farsa la tragedia de la proclamación del Estado catalán durante la huelga general revolucionaria de 1934, el año en el que revolucionarios e independentistas endurecieron su acoso a la Segunda República que finalmente fue derribada por el golpe reaccionario y fascista de 1936. Lean La República y sus enemigos o A sangre y fuego de nuestro Chaves Nogales. Afortunadamente la situación de España y Europa en 2017 es muy distinta a la de los años 30. Aunque el señor Guardiola crea lo contrario, España es un Estado de Derecho y una democracia integrada en la UE. Sólo los actores de la farsa catalana pueden fingir que creen que Cataluña está sufriendo "los abusos de un Estado totalitario". Por eso se reacciona con madurez a estas payasadas que, no por serlo, dejan de crear tensiones y ocupar energías que otras urgencias -reales y o inventadas- reclaman.

Entran ganas, en el caso de que el referéndum fuera nacional, de responder "¡sí!" a la pregunta: "¿Quiere que Catalunya sea un Estado independiente con forma de república?". Llevamos tanto tiempo -más de un siglo- soportando la tabarra nacionalista e independentista que entran ganas de decirles aquello de "pleitos tengas y los ganes". Pero no lo haríamos. Somos menos irresponsables y más solidarios que los nacionalistas; y no nos han lavado el cerebro falseando la historia de España como se ha hecho en Cataluña, aprovechando ese inmenso error que fue la transferencia a las autonomías de las competencias sobre Educación. Pero tampoco debería incurrirse en el extremo opuesto de amar más a Cataluña cuantas más patadas den sus gobernantes y una parte considerable de los catalanes (el 44,3% según el último CIS) a la Constitución, la convivencia democrática y la historia. "Admiramos y queremos a Cataluña y a los catalanes", editorializaba ayer El País. Pues mire usted, así, en bloque, ni los admiro ni los quiero; como tampoco los desprecio o los detesto. Reservo mi cariño y mi admiración para quienes se los ganen con sus obras aunque, como es el caso de Jordi Savall, sean partidarios del referéndum. Me sentí orgulloso de mi país, porque Cataluña es España, cuando oí en los jardines de Versalles Les grands eaux musicales interpretadas por él al frente de Le Concert des Nations. Esto sí.

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