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José Ignacio Rufino / Economia&empleo@grupojoly.com

Ni contigo, ni sin ti, Grecia

Asfixia del Estado, reorganización de la deuda, nuevo rescate y recortes brutales son un cóctel perverso

RECURRENTEMENTE, llega en los últimos tiempos a la memoria de uno aquella escena de Zorba el griego en la que, como los dioses del Olimpo lo trajeron al mundo, Anthony Quinn se da un baño, alejándose de la cámara mientras muestra su trasero. Ahora Grecia parece adentrarse en las aguas para no volver atrás, al tiempo que, como Zorba, también enseña el trasero, pero más bien con la voluntad de hacer un calvo (conocerán la expresión) a la troika con la que negocia sin resultados su última patada a seguir, su último chute de oxígeno financiero, su segundo gran rescate a menos de un año del primero. Ayer mismo alguien contaba el chiste aquel sobre la misma película: "Se abre el telón, y se ve a una pareja en labores amatorias, con el discóbolo quieto al lado de ellos. ¿Cómo se llama la película?: Zobra el griego". ¿Sobra el griego en la Unión Europea? Puede que sobre el griego y más de la mitad de la pandilla, pero el caso es que, como viene pasando con todo, la cosa no tiene buena solución. Grecia ha pecado mucho, y Grecia está en bancarrota. Pero la pequeña Grecia puede hacer mucho daño en su caída. Ni contigo, ni sin ti.

La banca europea se prepara para encajar la caída de Grecia, es decir, su impago. Se prepara quien es acreedor mediante la provisión de su insolvencia, es decir, reduciendo los beneficios con la imputación de una pérdida que no se ha producido pero probablemente se va a producir. Un país pequeño al que se ha dado muchísimo más crédito del que puede devolver. Y no se lo ha dado un loco, se lo ha dado principalmente la banca francesa (esta semana, BNP da por perdido y provisionado el 75% de su derecho de cobro), seguida por la alemana. Si la deuda griega en bonos de su Tesoro, préstamos u otras figuras crediticias hubiera sido con prestamistas periféricos, la Unión Europea no tendría dos velocidades: serían dos mundos distantes, tras haberse rebanado la actual Europa por los límites mediterráneos. Pero no es así. No sólo Grecia, sino Italia formidablemente y España grandemente deben mucho dinero a agentes económicos públicos y privados franceses. Grecia, pues, puede hacer un inmenso daño a las economías menos perjudicadas de la Unión. Alemania y Francia sufrirían mucho. Y si ellos sufren...

Abundan encendidas opiniones que acusan a los griegos de habérselo buscado: salarios públicos descabellados, prestaciones sociales del tebeo, vagancia generalizada, picaresca congénita, fraude fiscal masivo, evasión de capitales. Pueden encontrar comentaristas impolutos que se preguntan si éste es un socio digno de ser nuestro socio. Sin embargo, es injusto -si no cínico- atribuir toda la culpa a los griegos, a todos los griegos, a cualquier griego. A ver quién está libre de pecado. Si los helenos fueran los únicos culpables, Grecia estaría sola y rota desde hace tiempo. Se imponen unos recortes bestiales a un país, a sabiendas de que no va a poder en tales condiciones devolver el dinero, ni siquiera sobrevivir sin brutales convulsiones sociales. Los datos más recientes sobre la caída de su economía son escalofriantes. Por cierto, Alemania, Austria y Holanda se estrenan con pautas recesivas. El país balcánico -que lo es...- puede ser origen del conflicto definitivo de la UE. Urge atajar el problema, y de paso conseguir coherencia en la política económica comunitaria. O atreverse a expulsar a Grecia como piden los indignados de la Europa Central, afrontando las consecuencias, claro está.

Los plazos se han ido posponiendo una vez tras otra. La Eurozona quiere más compromisos de recorte y de que cuando lleguen las elecciones de abril no se desdiga el ganador del eventual acuerdo. Los griegos no dan confianza, entre otras cosas porque están asfixiados, y sus acreedores deben reestructurar su deuda (es decir, rebajarla o permutarla por otra más cómoda de devolver), para no aniquilar cualquier posibilidad de cobrar. Las elecciones son la clave. Las promesas electorales del vencedor deberán ser compatibles con un acuerdo. Si eso no sucede, Grecia abandonaría el euro. Y el contagio estaría servido.

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