DE un tiempo a esta parte el mundo de la moda ha dejado de ser únicamente una preocupación femenina para convertirse en otra inquietud más en la vida de los hombres. Éstos, que se daban golpes de pecho gritando a los cuatro vientos que ellos eran, por definición, machos ibéricos españoles, ya miran a Karl Lagerfeld con otros ojos y sin preguntarse de qué selección de fútbol será portero.

Por una parte, su incursión en el mundo de la moda a muchas nos ha alegrado la vista. Que los muchachos empiecen a cuidarse y no tiren de sus madres para comprarse una camisa es de agradecer. Por otra, el creerse los Christian Dior del siglo XXI se les ha ido de las manos. Primero fue con la depilación. Mis amigos los hombres cogieron la maquinilla de afeitar, empezaron a abusar de ella y estuvieron a punto de quedarse hasta sin pestañas. Para ellos el vello no hace bello. Después empezaron a hacer combinaciones extrañas a la hora de vestirse. Ellos habían llegado al mundo de la moda y tenían que hacerlo por la puerta grande. Que se llevaban los estampados florales, los flamencos y los cuadros de leñador, pues ellos se los colocaban todo en un solo estilismo. Que la moda ceñida había llegado para quedarse, allá que se compraban el pitillo más ajustado -para marcar cuádriceps, que os he cogido, pillines- que había en la tienda.

Pero lo mejor llegó cuando la moda masculina llegó al universo de las peluquerías. Atrás quedaron los sencillos cortes a la caja para dar paso a verdaderas atrocidades capilares. Que si mohicano por allí, que si cresta por allá. Todo un despropósito digno de lucirse en cabezas como la de Sergio Ramos. Algunos ya comparan estos nuevos cortes de pelo con la colorida cresta que lucía allá por el 92 la mascota de la Expo. Aunque lo mejor de todo, en realidad, no es lo ridículos que están con esas crestas a lo gallo de corral, sino el tiempo que ahora dedican las criaturas a domar sus cuatro pelos.

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