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El poliedro

José Ignacio Rufino / Economia@grupojoly.com

La cultura en el alambre, también

Los recortes tienen como primerísima damnificada a la promoción cultural, una 'cenicienta' muy tomada en vano

NO es lo mismo crecer que desarrollarse, aunque para poder desarrollarse el crecimiento es obligado. Supongo que usted no tuvo que pasar por una facultad de Economía para tener claro que el crecimiento es algo cuantitativo -crece la renta un equis por ciento, y eso es bueno; pero crecen las células de tamaño, y eso puede ser muy malo-, mientras que el desarrollo incorpora al crecimiento un componente cualitativo: "quiero desarrollarme como persona", dice alguien que se ve minusvalorado; "Suecia es un país muy desarrollado", dicen los últimos socialdemócratas. Para que un país se considere desarrollado debe tener un suficiente nivel de crecimiento de renta o PIB per cápita: con hambre, el desarrollo personal y social es una entelequia y hasta una cínica ofensa. El PIB sigue siendo soberano para medir la prosperidad, un soberano de lo más añejo. No pocos promueven que puede haber una prosperidad sin crecimiento, y quizá no se trate tanto una posibilidad sino una necesidad, sobre todo en países desarrollados.

A todos, pero a unos más que a otros, se nos llena la boca con la importancia que tiene la cultura para que una sociedad pueda aspirar a ser desarrollada. Sin embargo, la cultura conviene promocionarla y fomentarla, desde la tierna formación de los individuos a la producción de artistas más o menos consolidados que incrementen eso que se llama acervo cultural de un país. Puede hacerse mediante una afrancesada política pública, a través de un ministerio subvencionador o un ente similar. Alternativamente, puede hacerse desde lo privado: los Médicis, los papas (¿es el Papado privado...?) o la Casa de Alba. O las empresas, incentivadas fiscalmente o haciendo fina mercadotecnia mediante la llamada Responsabilidad Social Corporativa, que acredita a las instituciones privadas en su entorno y en no pocas ocasiones tiene benéficos efectos sociales. En el marco de las empresas privadas o no, las fundaciones juegan un papel esencial en la cultura. Y, por supuesto, las obras sociales de las cajas de ahorro. Ambos términos, obra social y cajas de ahorro, lo conocerán los pequeños de hoy en los libros de historia digitales... si es que son rentables y se editan. La desaparición de no pocas de esas obras sociales, o cuando menos su drástico recorte, pone en peligro el estado de la cultura de nuestro país. En esto también se va a dar una suerte de darwinismo donde el superviviente basa su poder en sus cuentas de pérdidas y ganancias, sus dividendos, su capitalización bursátil, su core capital y otros ratios, su índice de morosidad y su exposición al riesgo inmobiliario: estos criterios puramente cuantitativos no dejan lugar mucho a devaneos filantrópicos.

Las cajas están forzadas a ser bancos -o crearlos y tenerlos- para sobrevivir. Pretenden, y de hecho lo planifican, mantener una "división social" en su organigrama, una "fundación". Pero no es eso lo que urge a muchas de ellas; las más cercanas, regionales o locales. Les urge capitalizarse -cosa que, como tales cajas, no podían hacer- para poder cumplir con los estrictos criterios de solvencia y liquidez, y así hacer fluir el crédito, una de sus razones de ser. Cumplir con Basilea y con el Banco de España. Calmar a los mercados y a los socios comunitarios. Poder colocar sus nuevas acciones, antes participaciones. Quizá hacerse creíbles para poder vender todo después de salir a Bolsa. Las estrategias y los compañeros de viaje son poliédricos. En este no tan largo pero sí tortuoso camino, el 20% de obra social que nutría en buena medida la actividad cultural del país desaparece. Se transforma, sí, pero vía dividendos. Si los beneficios son complicados de obtener, y para mantener la obra social hay que dedicar la mitad de aquéllos a ésta, se requiere mucha gestión, mucha imaginación y hasta mucha fe para creer que la vida cultural de este país no va a recibir otro crochet en el hígado. El primero ya se lo infligió el propio Gobierno en su recorte ministerial. Recortes, a la postre, a nuestro desarrollo.

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