El análisis

La debilidad exterior de la economía

Para inducir un patrón de crecimiento a largo plazo, España necesita superar su déficit comercial y contar con un aparato productivo adaptado a la competencia internacional

CADA vez resulta más evidente que la economía española se encuentra en el fin de la larga fase expansiva del ciclo económico, iniciada a mediados de los noventa. Entre los factores explicativos del prolongado periodo de crecimiento, hay un acuerdo generalizado en destacar dos causas principales: la influencia del régimen económico derivado de la Unión Económica y Monetaria y los cambios demográficos operados en España. A la primera cuestión se le debe la estabilidad macroeconómica y de tipos de interés, así como el anclaje en las expectativas de inflación y de moderación salarial; a la segunda, la aportación de mano de obra y la flexibilización del mercado de trabajo.

También hay un amplio acuerdo para determinar los elementos de debilidad del modelo de crecimiento. Por una parte, las presiones de la demanda han excedido la capacidad de respuesta de la oferta, lo cual ha tenido dos consecuencias:

-Creciente déficit exterior: las demandas no atendidas por el aparato productivo local han sido satisfechas por productos de importación.

-Creciente endeudamiento de las familias, que han estado viviendo por encima de sus posibilidades.

Por otra parte, la presión de la demanda ha sido especialmente fuerte en el sector de la vivienda, aunque en este caso la oferta sí ha dado una respuesta adecuada. Las consecuencias de esta realidad han sido un avance del PIB en exceso dependiente de la demanda interna, sobre todo de inversión residencial, y un alza del empleo con bajos salarios y escasa productividad.

Como resumen de lo anterior podemos decir que el patrón de crecimiento de la economía española ha estado basado en actividades resguardadas de la competencia internacional. Con independencia de situaciones coyunturales, es evidente que para consolidar un modelo de crecimiento estable a largo plazo es necesario optar por otro más competitivo, con mayor protagonismo de los sectores exportadores.

La mayoría de los grandes episodios de crecimiento económico se ha basado en la expansión de las exportaciones y, en consecuencia, en la acumulación de superávit de sus balanzas comerciales. Éstos fueron los casos de Alemania y Japón tras la Guerra Mundial, los más recientes de Irlanda o Finlandia, y el de los nuevos países emergentes, como India y China. No hay que olvidar que el desarrollo industrial y la competencia internacional son los factores determinantes de las ganancias de productividad y de incorporación de tecnologías en los procesos de producción.

La economía española ha tenido desde el final de la autarquía un peculiar modelo de desarrollo económico, cuyo rasgo más destacado es que ha compatibilizado elevadas tasas de crecimiento del PIB con un permanente déficit comercial. De hecho, desde 1960 nuestra economía no ha conocido ningún superávit, pasando por épocas de especial intensidad del déficit. En la actualidad, éste oscila entre el 8 y el 9,5 por ciento del PIB, uno de los más altos de las economías desarrolladas.

Aunque no se puede negar la evidencia de la evolución favorable de la economía española en las últimas décadas, llama la atención la debilidad del sector exterior, lo cual nos invita a reflexionar sobre sus consecuencias. Si limitamos nuestra observación a las dos grandes etapas de ciclo económico expansivo de la economía española (la de finales de los años ochenta y la actual), en ambas el motor del crecimiento ha venido del exterior. Efectivamente, las expectativas creadas por la incorporación del Reino de España a la Unión Europea produjeron una afluencia masiva de inversión extranjera hacia nuestro país para tomar posiciones, ante la inminente adhesión, dinamizando de forma notable nuestra economía. Más recientemente, la creación de la Unión Económica y Monetaria y la posterior adopción de la moneda única están, sin duda, entre los factores explicativos de la reciente fase de crecimiento.

Ambas situaciones han derivado en un crecimiento de la demanda interna mayor que la capacidad de respuesta de la oferta y, en consecuencia, son las importaciones las que vienen a atender la demanda insatisfecha, con el consiguiente deterioro del saldo de la balanza comercial. Es decir, que traducimos los incrementos de renta inducidos por el exterior en aumento de consumo más que en aumentos de inversión en capital, lo que nos permitiría mejorar nuestra capacidad de producción.

Este deterioro de la balanza comercial española se ve atenuado, en parte, por el importante superávit del turismo y de las transferencias que, en promedio de las últimas cuatro décadas, ha financiado en torno al 80 por ciento del déficit comercial. Aunque tampoco podemos dejar de recordar que los servicios turísticos tienen un escaso nivel tecnológico y una baja incorporación de valor añadido.

En definitiva, podemos afirmar que una de las características del modelo de crecimiento español es la estrecha relación inversa entre el ciclo económico y el déficit comercial. Así, las fases recesivas del ciclo económico van acompañadas de una mejora del saldo comercial, mientras que las expansivas nos muestran un deterioro del mismo.

Para inducir un patrón de crecimiento estable a largo plazo es necesario superar el déficit estructural del sector exterior, para lo cual hay que generar un aparato productivo adaptado a la competencia internacional. La consecución de este objetivo requiere aumentar el nivel tecnológico de nuestras exportaciones, en particular respecto al de nuestras importaciones, y mejorar la imagen de marca como país en el ámbito internacional, que hoy está más vinculada al turismo y ocio que a la producción eficaz, como es el caso de Japón o de Alemania.

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