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Eduardo / osborne

Estado de debilidad

LA proximidad de las nuevas elecciones generales sugiere sobre todo una cosa, la situación de extrema debilidad del Partido Socialista, y de su candidato a la Presidencia del Gobierno, Pedro Sánchez. Llama la atención y más desde Andalucía, último bastión en la guerra que libra contra su decadencia, que el partido que más tiempo ha gobernado España, el que más estabilidad le ha dado sobre todo en los buenos viejos tiempos con notable presencia e influencia en el País Vasco y Cataluña, ande sorteando como puede las tarascadas de unos y de otros, descendiendo imparable por la pendiente demoscópica que le lleva hacia el descalabro absoluto.

El primero en advertir esa debilidad fue Pablo Iglesias y su gente, que contra el criterio de Íñigo Errejón, pusieron la brújula directa al 26-J, percibiendo ya (hay que reconocer que, por muy populistas que sean, en política electoral le dan mil vueltas a los demás) el notable aumento de votos y de escaños que conseguirían unidos a la exangüe Izquierda Unida, desdeñando el pacto con Ciudadanos que le ofrecía el líder socialista antes de despertar de su imposible sueño. Mirado con perspectiva, la jugada de Iglesias no admite discusión. Para qué aceptar un trozo de la tarta, dirá, cuando puedes llevarte a casa la merienda entera.

La semana pasada Albert Rivera sorprendía e indignaba a partes iguales manifestando abiertamente que jamás pactaría con Mariano Rajoy, en otra versión generacional del famoso veto. La derecha se lanzó en tromba contra él, tachándolo poco menos que de traidor (Rivera será todo lo de centro que quiera, pero sociológicamente pertenece a la derecha, sin reparar en que lo que el político catalán en realidad pretende es arrimar votos desde la izquierda, consciente de la poca fiabilidad de cierto electorado urbano y acomodado proclive a las posiciones socialistas más liberales.

El último empujón ha sido la propagación viral, al parecer orientada por Podemos y sobre todo el PP, de cierta grabación donde aparece Pedro Sánchez saludando a un chico negro y a otra señora para justo después hacer un gesto como de lavarse las manos. Todavía se escuchan las voces en Ferraz clamando en el desierto hostil de la campaña. Una puñalada, un golpe bajo… y el colmo de la debilidad, que gente que no se caracteriza precisamente por sus políticas integradoras, acabe acusándote poco menos que de racista.

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