Crónicas Levantiscas

Juan Manuel Marqués Perales

jmmarques@diariodecadiz.com

A la derecha friqui no le gusta la Bauhaus

Santiago Abascal, en un acto electoral este viernes en Valladolid

Santiago Abascal, en un acto electoral este viernes en Valladolid

PODEMOS fue hijo del 15-M y Vox es un vástago del proceso independentista de Cataluña y de la reacción blanda que a juzgar de la derecha tuvo el Gobierno de Mariano Rajoy. Esta complacencia del PP con los nacionalistas periféricos venía de lejos, los pactos de José María Aznar con Jordi Pujol supusieron la mayor transferencia de competencias a la Generalitat desde su recuperación en la Transición, a lo que sumó sus flirteos con el PNV y el apoyo inicial de Rajoy a Artur Mas, al que le aprobó sus primeros presupuestos autonómicos y permitió un simulacro de referéndum de autodeterminación. Esta larga historia de influencias vasca y catalana en el debilitamiento del Estado cuajó en un doble movimiento de rectificación nacional que se llamó Ciudadanos y, posteriormente, Vox.

A diferencia de los naranjas, que eran cool y muy guapos –inexplicablemente todas y todos–, Santiago Abascal vistió a su partido de verde cacería, lo dirigió como un mayoral, cazó con galgos con Morante e importó algunas de las obsesiones de la alt-right internacional, como el negacionismo climático, porque un punto internacionalista tampoco estropea el alma hispana.

Esa estética de la dehesa fue su mayor acierto, lo que le permitió la entrada en los pueblos y los cotos sociales. Pero sin el riesgo inminente de la independencia catalana, Vox ha perdido mucho sentido, caerá hasta los 30 escaños y correrá el riesgo de convertirse en un reducto de una derecha friqui, cuya señal de identidad es la negación de la violencia machista y el borrado de la homosexualidad de los libros, carteles y películas. Son dos temas que no figuran entre las preocupaciones de los españoles, para eso han quedado, una suerte de policías de la moral con olor a naftalina, extrañamente preocupados por borrar del mapa español el movimiento arquitectónico de la nueva Bauhaus europea, tal como alguno de sus ideólogos ha dejado impreso en su programa electoral para divertimento de muchos.

Vox rezuma testosterona, pero su mandíbula de apariencia hercúlea es frágil como el cristal, como demuestran los muchísimos enfados que sus dirigentes se pillan por banalidades y niñerías. Uno de sus parlamentarios en la Cámara andaluza, Rafael Segovia, llamó partido de “puteros y cocainómanos” al grupo de diputados socialistas porque ya no aguanta sus bromas, algunas de las cuales han sido antológicas, como la de ponerle la sintonía del Nodo cuando se encaminaba hacia el estrado. Les falta cintura, llegan carentes del mínimo sentido del humor, se vuelven antipáticos, y ya no soportan ni a los pijos de Chamberí ni a Espinosa de los Monteros.

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