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Opinión

Carlos Torres Montañés

Los españoles sin patria

LAS comunidades judías habitaban en Sefarad (Península Ibérica) desde, al menos, la diáspora, año 70 d. C. Los sefardíes dieron a nuestra historia nombres importantes como el del filósofo y poeta del siglo XI Ibn Gabirol, pero la convivencia se tornó insostenible en los siglos XIV y XV. Distintos decretos de expulsión propiciaron la salida masiva de los sefardíes de sus tierras que, en aquel momento, estaban divididas entre los reinos de Castilla, Aragón y Portugal. Los expulsados buscaron refugio en distintos lugares de Europa y norte de África, pero nunca olvidaron Sefarad, ni su idioma (el ladino o latinus) y mantuvieron costumbres y tradiciones que transmitieron de padres a hijos.

Sin importarles el paso de años, e incluso siglos, en cada ocasión que se presentaba, los sefardíes hacían lo posible (y lo imposible) por volver a Sefarad. En 1860, cuando las tropas españolas conquistaron Tetuán, encontraron allí a numerosos habitantes que hablaban un español muy peculiar, eran sefardíes, como escribió Pedro Antonio de Alarcón en su libro Diario de un testigo de la guerra de África. Muchos de ellos aprovecharon esa circunstancia para volver a la península y establecerse en Cádiz, Málaga o Sevilla.

Sin embargo, el auténtico proceso de reconciliación, lo comenzó el doctor y senador Ángel Pulido Fernández en 1905 con la publicación de su libro Los españoles sin patria y la raza sefardí. El doctor Pulido, luchador incansable por causas justas, había conocido años antes la existencia de comunidades de judíos que hablaban castellano antiguo y reconocían que su patria era España. En 1903 viajó a muchas de esas comunidades establecidas en Belgrado, Bucarest y Constantinopla. Desde ese momento Ángel Pulido trabajó por tender lazos para la reconciliación y por la vuelta a Sefarad de quienes lo desearan. Su insistencia propició que durante la I Guerra Mundial España diera protección a numerosos judíos que sufrían persecución en Francia o Palestina, pero no será hasta el fin de ésta guerra y posterior desmembramiento del Imperio Otomano, cuando se promulgue el primer Decreto que permitía a los descendientes de los sefardíes solicitar la nacionalidad española. En 1924 la dictadura de Primo de Rivera da este importante paso. Ya con la II República se reducen las condiciones para solicitar la nacionalidad, lo que generó un clima general de aceptación, que durante la II Guerra Mundial propició que el embajador en Hungría, Ángel Sanz Briz, salvara a muchos judíos con el pretexto de su ascendencia sefardí, algo que no siempre fue real.

El 21 de diciembre de 1969 se produce un acto simbólico de gran significado, ya que se firma la derogación oficial del Decreto de expulsión de los Reyes Católicos, y por fin en 1992, al cumplirse el quinto centenario de éste, se celebró Sefarad 92 que pretendía sellar la reconciliación entre judíos y cristianos. Luego llega una nueva reforma del Código Civil que va a eliminar ciertas trabas del proceso de nacionalización de los sefardíes. La principal parece estar en aceptar la nacionalidad de origen, lo que acreditará que los expulsados de los reinos de Castilla y Aragón en el siglo XV eran españoles de pleno derecho, y por tanto sus descendientes también lo son.

Parece que esta reforma pondrá fin a una herida que lleva siglos abierta, algo que en parte hay que agradecer al Doctor Pulido que trabajó para que los españoles sefardíes recuperaran su patria.

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