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carlos / colón

Un gran sevillano

ESTE hombre machadianamente bueno tenía la peligrosa manía de aunar lo que los cerriles consideran inconciliable, escribía ayer refiriéndome a don Manuel Blasco Garzón, que por fin tiene calle en su querida Sevilla. No sólo concilió una bocina ante Jesús Nazareno y un ministerio en el Gobierno de Azaña, también la dedicación como abogado y político a los más desfavorecidos y la presidencia del Aero; no sólo la presidencia de la Academia de Buenas Letras y del Ateneo cuando organizó la reunión de los poetas que desde entonces serían llamados del 27, sino la del Sevilla Fútbol Club al que llevó como secretario a un tal Ramón Sánchez Pizjuán; no sólo su pasión por la alta cultura, sino por su divulgación en barrios y corrales de vecinos con las conferencias impartidas por él y otros ateneístas siguiendo el espíritu de La Barraca de Lorca o los conciertos obreros de Casals.

Y ahí no queda la cosa. Este republicano que escribió "no concedo a nadie el derecho de penetrar en mi pensamiento" defendió con ardor la Semana Santa, suscitando el rechazo de sus correligionarios cerriles. En 1933 cerró el homenaje de los antiguos alumnos de las Escuelas Pías al padre Jerónimo de Córdoba con un "elocuentísimo discurso en que la magnificencia arrebatadora de la palabra ganó la emoción de todos los oyentes", elogiando "la educación democrática que en las Escuelas Pías recibían todos los alumnos, cualquiera que fuese su condición social, luchando sin otras armas que la inteligencia y el esfuerzo", recordando con emoción a los padres Antonio López, Baldomero Navas y Jerónimo de Córdoba -"maestro, amigo y consejero"- y afirmando la existencia de Dios como Causa Suprema que se contrapone a las corrientes materialistas. En 1935, siendo diputado del Partido Republicano Liberal, escribió un elogio del Rocío -Aspectos de la romería del Rocío"- en el boletín de la Academia de Buenas Letras; y en ella presidió el homenaje al sacerdote y académico don Balbino Santos Olivera tras su nombramiento como obispo de Málaga.

Define bien su personalidad el discurso que pronunció el 26 de mayo de 1936, durante un homenaje que le ofreció el Ateneo: "He aceptado este banquete después de haberlo meditado profundamente [porque esta] expresión de cariño es un estímulo para la solidaridad sevillana, que nos invita a convivir amigablemente sin prejuicios de ideas y pareceres". No pudo ser. Le esperaba el exilio.

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