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josé Antonio / carrizosa

Los griegos de españa

MIENTRAS Europa entera contiene la respiración a la espera de lo que decidan hoy los griegos en el particular referéndum al que los somete su no menos peculiar Gobierno -en el que se juegan si siguen formando parte o no del único proyecto político de envergadura al que pueden tener aspiraciones de pertenecer-, en España hemos conocido esta semana los Indicadores Urbanos publicados por el Instituto Nacional de Estadística, que retratan, y de qué forma, la calidad de vida en nuestras ciudades. La realidad no pude ser más aplastante: de las quince poblaciones españolas con mayor nivel de paro, diez son andaluzas y cinco de las quince más pobres, medidas en renta familiar, también son de por aquí. Para buscar las más ricas y con menos desempleo hay que irse a los alrededores de Madrid y Barcelona y al País Vasco. Aparentemente, poco o nada tiene que ver la fotografía sociológica de España que refleja el INE con lo que está pasando entre la Unión Europea y Grecia, pero sí da para una reflexión sobre cómo se están ahondando cada vez más las brechas de todo tipo entre el norte y el sur y sobre cómo la salida de la crisis se está cimentando sobre la desigualdad social. Esto vale para una realidad amplia como la de Europa y para una más reducida como es la española. La crisis que se inició en 2008 ha dejado claro, por si alguien no lo tenía, que hay dos Europas, una rica y otra pobre, y que a nosotros nos toca estar en la segunda. Somos un país periférico -como Grecia, Portugal o incluso Italia- con un papel subsidiario al de las principales potencias del continente como Alemania, Francia y Reino Unido. En este esquema se inscribe la actual situación de Grecia y los procesos de ajuste que han pasado las economías de la Europa del sur en los últimos años. Desde Berlín se dirige el mensaje de que hay un norte emprendedor y un sur subsidiado. Un esquema simplista que, como todos ellos, tiene una parte de razón pero también una gran dosis de manipulación.

Este modelo es trasladable a la situación española de los últimos años. La crisis no ha hecho otra cosa que incrementar la diferencia entre el norte y el sur en cuantos indicadores de bienestar social se quieren medir. La pujanza económica que ha experimentado durante este periodo Madrid y su entorno y los niveles que han logrado mantener País Vasco (irradiado hacia La Rioja) y Cataluña han abierto aún más la brecha entre territorios que en el último siglo y medio han sido una de las claves de la estructura económica, y por ende social, de España.

Somos los griegos de España y los sentimientos que albergan con respecto a nosotros las comunidades más ricas del país no son muy diferentes a los que manifiesta Alemania sobre lo que pasa en Atenas. La discusión en nuestro país sobre el modelo de financiación autonómica y los niveles de solidaridad de unas zonas con otras nos han dado ya una medida de la realidad que comentamos. No arriesgo mucho si les aseguro que cuando se reabra la discusión vamos a asistir a una escalada de esta pugna entre los que tienen y los que piden.

Es evidente que ninguna de las dos historias que comentamos en este artículo, ni la de Grecia ni la nuestra, es una película de buenos y malos. Cualquier reduccionismo sería tan pueril como mentiroso. Claro que en Andalucía se han hecho muchas cosas mal y se ha tirado mucho dinero que bien invertido nos hubiera puesto en otra situación. Hemos basado muchas de las políticas en el subsidio y la subvención marginando el riesgo y el emprendimiento. Pero tan real como lo anterior es que partimos de un injusto reparto de la riqueza en España que nos condenó, a principios del siglo XX, al agrarismo y al subdesarrollo. Como Grecia, como el sur de Italia, como Portugal. Conviene no olvidarlo.

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