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Ignacio Martínez

Un hijo tonto

EL Rey aparta de la vida oficial a Urdangarín por su comportamiento poco ejemplar y el abogado del duque de Palma dice que está indignado. Este letrado tiene una papeleta difícil y no ha empezado con buen pie: ha dicho que la ejemplaridad la marca la ley. Estoy en perfecto desacuerdo. Una cosa es no cometer delitos y otra muy distinta ser ejemplar. Digamos que quien cumple con la ley es un ciudadano que está entre el aprobado y el notable y las personas ejemplares están entre el sobresaliente y la matrícula de honor. Y todos los indicios sitúan a Urgandarín al borde del suspenso. En todo caso su comportamiento profesional, por usar su propia terminología, es impropio de un miembro de la Casa Real, que está para dar ejemplo.

El diccionario de la Real Academia lo explica bien. Ejemplar: "Que da buen ejemplo y, como tal, es digno de ser propuesto como modelo". Delito: "Quebrantamiento de la ley". Convengamos que hay un enorme trecho entre quebrantar las leyes -cosa de la que ya se verá si es culpable el yerno del Rey- y ser propuesto como modelo. Juan Manuel Albendea, diputado por PP por Sevilla, que presidió ayer la mesa de edad en la constitución del Congreso de los Diputados, puso un ejemplo práctico de ejemplaridad. En un discurso nada protocolario, estrenó la X Legislatura con el caso Urdangarín y de manera expresa comparó a suegro y yerno. El veterano diputado sostuvo que el Rey ha ejercido de una manera ejemplar el papel moderador y arbitral que le reserva la Constitución y realizado un brillante papel como el mejor embajador de España en el exterior.

Albendea no es sólo juancarlista, como la mayor parte de los miembros de su generación, sino también un convencido monárquico, que distingue entre unos reyes y otros. Considera que los 36 años de reinado de Juan Carlos I han sido el periodo más fructífero de la Historia de España. Como se ha repetido mucho estos días, España se sigue planteando desde la transición la duda sobre su sentimiento monárquico. En los negocios profesionales de Urdangarín se han producido facturas infladas, servicios no efectuados, evasión de impuestos y de capitales. Está por ver si un juez le atribuye responsabilidad en estas prácticas y las considera delitos. Pero no es él quien debe estar indignado, sino su real suegro y el pueblo llano. El primero, porque perjudica la reputación de la Corona, y al resto, porque al común de los españoles le cuesta mucho ganar un euro y hasta tener trabajo.

Y si difícil era la papeleta del abogado del deportista de élite, guapo, alto, rubio y con los ojos azules, convertido hasta ahora en el yerno modélico, tampoco era fácil el papel que el lunes interpretó el excelente diplomático Rafael Spottorno, jefe de la Casa del Rey. Y estuvo muy bien en todo, menos en una cosa: cuando comparó la situación creada con tener un hijo tonto. Tonto, no. Demasiado listo.

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