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Carlos Colón

La inocentada del presidente

CON vertiginosa velocidad de segunda modernización, el presidente de la Junta se adelantó al día de hoy y gastó su inocentada el pasado 25. "Ha hecho una gran gestión", dijo refiriéndose el alcalde de Sevilla y al Ayuntamiento que preside. Y se quedó tan fresco; porque lo más importante para que se muerda el anzuelo de una inocentada es gastarla con la mayor seriedad y después quedarse con inexpresiva cara de tentetieso, riéndose por dentro al ver como todo el mundo toma en serio lo que es chanza.

Mucho debió disfrutar el presidente con su ocurrencia porque todos los medios y un buen número de sevillanos se tragaron la humorada. Y eso que, además de lo de la gran gestión, dio pistas de que la cosa iba de bombita de peste, caca de plástico, tira-pedos para el asiento o polvos pica-pica de Pichardo: negó que hubiera un "problema" entre Sánchez Monteseirín y el secretario provincial del PSOE, José Antonio Viera, y dijo que el alcalde "siempre va a pensar en lo que es mejor para los ciudadanos de Sevilla". Pues ni estas pistas tan divertidas y evidentes impidieron que todos los medios, y con ellos muchos ciudadanos, cayeran en la cuenta de que el presidente estaba de guasa, celebrando anticipadamente el día de hoy de la forma más tradicional; es decir, que estaba dándonos una inocentada.

Ya se sabe que los partidos políticos de izquierda heredaron, bajo la forma de "es mejor equivocarse con el partido que tener razón fuera de él", la famosa máxima de San Ignacio: "Lo que yo veo blanco creeré que es negro, si la Iglesia jerárquica así lo dice". Pero dar por buena la gestión de este alcalde sería llevar la fidelidad demasiado lejos. Salvo que, por una rara enfermedad de los ojos, este hombre mirara la Avenida y viera árboles, contemplara la plaza del Pan o la Alfalfa y viera respeto al entorno, pasara ante las setas y viera auténtica modernidad en civilizado diálogo con el patrimonio histórico; o pasara por la Alameda y contemplara lo que este nombre designa -un paseo con árboles- en vez de un churretoso desierto amarillo con más bultos que una bicha harta de castañas, farolas ye-ye, bastos tenderetes y mojones que recuerdan más la cuarta acepción de la palabra ("porción compacta de excremento humano que se expele de una vez") que la primera ("señal permanente que se pone para fijar los linderos de heredades y términos").

Debe ser una inocentada, pues, lo de la gran gestión de este alcalde. Porque si no sería cuestión de indignarse; o peor aún: de caer en esa asqueada pasividad y cínico desánimo que Baudelaire definió como "una resignación peor que la indignación".

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