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Gafas de cerca

josé Ignacio / Rufino

I lustrados

HACE unos años un artículo en The Economist, visto a toro pasado, resultaba profético para nosotros, aunque no nos dimos cuenta de ello, como de tantas otras cosas. Se titulaba El ciclo del lavado de cerebro, con ese desparpajo ajeno a convencionalismos y repleto de ironía que caracteriza a la revista inglesa. Proponía que los emigrantes polacos al Reino Unido contaban con grandes ventajas: su cultura era de raíz cristiana y compatible con su lugar de destino; su aspecto los mimetizaba en su nuevo entorno -lo cual es otra ventaja a la hora de emigrar-; su laboriosidad, repelencia a la conflictividad gratuita y general discreción convertía a sanitarios, técnicos, cuidadoras de niños, albañiles o financieros polacos en gente idónea para empresas británicas. Una parte -la demanda de empleo- huía del marasmo económico y la falta de expectativas, y contaba con formación; otra -la oferta-, necesitaba fuerza de trabajo a cualquier nivel. Ambas partes confluían en un precio -el salario- mutuamente satisfactorio. El emigrante consolidaba su formación, obtenía contactos en el primer mundo, enviaba dinero a su país y, deseablemente, volvía a él con el tiempo, contribuyendo a su mayor desarrollo y, quizá, generando un circuito comercial con Gran Bretaña y, de allí, con otros países. Un círculo virtuoso.

Nunca pensé que esta idea fuera aplicable a nuestro país, y menos tan pronto. Alemania, Canadá u Holanda son demandantes de mano de obra joven y suficientemente cualificada española, sobre todo técnicos. Lo he experimentado en mis sorprendidas carnes esta misma semana. Un holandés errante, que recala mucho en Andalucía, me ha pedido que le ayude a captar licenciados españoles -inglés indispensable, ¡ay!- para ser contratados por empresas de su país, con las cuales mantiene contactos por medio de una agencia de empleo. "Unos 2.500 euros para empezar, condiciones como las de los holandeses, mucha demanda: la pirámide de población de mi país provoca una gran cantidad de nuevos jubilados que dejan mucho espacio laboral vacante". Esperemos que muchos andaluces altamente cualificados pero desesperanzados encuentren el inicio de su propio círculo virtuoso profesional en Holanda y otros destinos de un primer mundo del que, ya y de momento, somos subsidiarios. No sabe uno si alegrarse o suspirar con resignada amargura. Cabe plantearse cuál es en este nuevo orden de cosas el papel de nuestras universidades. El de todo un país. Ánimo, suerte y mucha ilusión para nuestros ilustrados emigrantes. Que vuelvan pronto.

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