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josé Antonio / carrizosa

El páramo optimista

PARECE que esta vez va en serio y que la crisis ha tocado fondo. Hay, pues, motivos para el optimismo y algunas cosas, todavía pocas, empiezan a cambiar. Pero donde más se percibe ese cambio es en el estado general de ánimo, que empieza a teñirse de una cierta esperanza después de cinco años largos de pesimismo y desesperación. Bienvenido sea el cambio, porque muchas veces es la propia percepción de las cosas la que conforma la realidad. Pero no es todavía tiempo de echar excesivas campanas al vuelo. Es cierto que los mensajes tranquilizadores se suceden y desde el Consejo Empresarial para la Competitividad hasta el BBVA certifican el fin de la recesión, pero avisan de que todavía nos quedan tiempos de crecimientos muy reducidos y paro muy alto. A nuestra economía le va a costar mucho trabajo crear puestos de trabajo y hasta que las cifras del paro no se reduzcan y el consumo se reactive no podremos decir que la crisis ha quedado atrás. Sabemos ya que todo va mejor. Lo que falta por saber es cuánto tiempo estamos condenados a reptar por ese fondo que hemos tocado. La curación va a ser lenta porque el daño infligido ha sido mucho. Sobre todo porque se le ha hecho a las clases medidas, que son el auténtico sostén de la estructura económica de un país, las auténticas paganas de esta situación. En ellos se han cebado los recortes salariales, las subidas de impuestos, las crisis empresariales o la merma de derechos sociales. Los ricos de toda la vida o las élites económicas y políticas no han tenido nada que temer durante todo este tiempo. De alguna forma, no es arriesgado afirmar que se ha gobernado para ellos.

Miren, si no, esta Sevilla que se supone que también abandona los malos tiempos, aunque aquí los datos buenos o regulares todavía parece que tardarán en llegar y el paro seguirá en niveles tercermundistas por tiempo indefinido. El paisaje poscrisis en la ciudad y en buena parte de la provincia es el de un páramo desolado. La debacle que se inició a finales de 2007 ha golpeado con una especial dureza y se ha llevado por delante el raquítico tejido industrial con que contábamos y a una incipiente clase empresarial que empezaba a hacer cosas al margen de los pelotazos inmobiliarios. Hay mucho que hacer en Sevilla a partir de ahora y lo tienen que hacer los empresarios que han logrado sortear los años del desastre y los nuevos que se incorporen. Las administraciones públicas, tanto el Gobierno central como la Junta o el Ayuntamiento, han demostrado durante los últimos años su incapacidad para poner en marcha medidas efectivas que paliaran la situación. Su misión es poner los medios para que la iniciativa privada cumpla su papel y se lance a invertir y a crear empleo. Las empresas que venden en el mercado exterior ya lo están haciendo. Pero todavía queda casi todo por hacer. Ese optimismo que empieza a respirarse es un buen comienzo.

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