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NOS fijamos en lo secundario y no en lo fundamental. La cáscara llamativa de las cosas no nos deja ver su esencia. Somos superficiales: nos parece escandaloso que una dirigente política, Esperanza Aguirre, llame hijoputa a un correligionario que no le agrada ni mucho ni poco, pero eso, realmente, ¿qué importancia tiene? Con un micrófono traicionero abierto cualquiera puede ser sorprendido en el uso de expresiones semejantes.

Todos procuramos distinguir el lenguaje íntimo o coloquial del lenguaje que se utiliza en público o en las relaciones sociales convencionales. Que levante la mano quien no haya llamado hijoputa o cabronazo a un tercero, e incluso al propio interlocutor, y a veces más como admiración que como insulto. Lo grave no es lo que dice Aguirre en el ámbito de una conversación privada con un amigo. Lo grave es lo que Aguirre hace en su actividad pública. Lo que viene haciendo desde hace mucho tiempo.

Fijémonos en el resto de la frase, no en el zafio sustantivo que ha servido para tapar lo sustancial: "Hemos tenido una inmensa suerte de poder darle un puesto a IU quitándoselo al hijoputa". Lo que la lideresa madrileña reconoce, y así está grabado contra su voluntad, es que en las negociaciones para la renovación de cargos en Caja Madrid ha maniobrado con éxito para entregarle un cargo relevante a Izquierda Unida, que se encuentra en sus antípodas ideológicas, a costa de otro candidato de su propio partido, pero, ay, del sector hijoputa, que viene a ser el que está enfrentado a Aguirre y encabeza Alberto Ruiz-Gallardón.

El incidente revela como pocas veces ha sido revelada la gran verdad de que en la vida existen amigos íntimos, amigos, conocidos, adversarios, enemigos y... compañeros de partido, ubicándose estos últimos, obviamente, en el máximo grado de animadversión y odio posibles. No hay peor contrincante que el que se sienta en tu mismo pupitre, comparte tu misma ideología y milita en el mismo partido. Hasta prefiere favorecer a un rival político antes de que pueda salir ganando el compañero que le disputa el poder interno. Que es lo que enfrenta a Aguirre y Gallardón. Con razón se habla del cainismo de los partidos.

Una segunda reflexión: lo de Caja Madrid es sólo una muestra más de cómo las cajas de ahorros se encuentran perfectamente politizadas. Se han convertido en un botín más de la lucha partidista que se reparte entre los prohombres de los partidos -y de las distintas facciones de cada partido, ya se ve- y un instrumento más de control del sistema financiero y de la sociedad civil por parte de la política. Así se entiende que sus gestores sean tan reacios a las fusiones necesarias. Con ellas se pierden puestos, prebendas y poder.

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