LA campana

José / Joaquín / León

El pequeño poder

TODOS los aspectos polémicos en el proyecto de los estatutos del Consejo de Cofradías están relacionados con el pequeño poder, no con el Gran Poder. El Arzobispado le ha metido el lápiz rojo y, tras conocerse el texto publicado el domingo en Diario de Sevilla, ha surgido la consiguiente polémica, pero aún darán muchas vueltas. Hay rumores de que el presidente del Consejo, Adolfo Arenas, no tiene muy claras algunas cosas, y no se sabe si piensa lo mismo que pensaba. Tampoco esos pensamientos serán tan influyentes. Unos estatutos del Consejo siempre van a tener detractores. Se sabía desde antes de tocarlos. Por eso, durante muchos años fueron intocables, aparte de que en algunos puntos son también inservibles, por el desfase con la realidad.

El pequeño poder se centra en cuestiones como el número de votos de las cofradías, según las secciones a que pertenezcan. Significa que se debe ponderar si las hermandades de gloria, que tienen menos hermanos, ponen el presidente del Consejo como la última vez, o se evita. Pero, como ahora pueden vetar los estatutos, si se unen (y se unirán), no es tan fácil. Otra cuestión es la de las elecciones a la Junta Superior, que consiste en si las listas son cerradas y se forma un Consejo coherente, algo así como un equipo de Gobierno; o bien, como la soberanía reside en las cofradías, las listas son abiertas y meten al enemigo en casa con los delegados de día, una fórmula de la que ya se ha usado y abusado.

Aspecto de importancia, dentro del pequeño poder, es el dinero. No podemos servir a Dios y al dinero, pero hay que regularlo. En el dinero, interesan los gastos para el funcionamiento del Consejo, lo que se aporta a la Archidiócesis (siempre a regañadientes, por supuesto) y las subvenciones a las hermandades de gloria y sacramentales, que por un lado son exigidas como un derecho y por el otro presentadas como una especie de obra de caridad. Es como un convenio sindical, al morado modo.

En este proyecto, ya retocado con lápiz arzobispal, la guinda del pastel es la ejemplaridad de los consejeros y pregoneros. En el caso de los consejeros, parece conveniente y necesario que sean personas de la Casa, de la Iglesia en este caso; no unos señores que se divierten con esto, o simplemente van de figurantes con chaqué. Tener unos consejeros que sean capillitas, incluso católicos, parece de sentido común, aunque eso deje fuera a algunos que estarían encantados.

En el caso del pregonero, como no va a ingresar el Lunes de Pascua en el Seminario, se puede ser algo más benevolente. Ya se sabe que al arzobispo Asenjo no le gustó un pregón ni el pregonero que lo dio, por las declaraciones que hizo antes de darlo. Es una cuestión de gustos. Los pregones, en general, deben ser para disfrutar, no para fastidiar, ni para ir al Maestranza con desasosiego. Pero presentar una lista de cinco señores (incluso puede que alguna señora), para que reciban las bendiciones episcopales como católicos de pata negra, sí que parece un poco excesivo. Sobre todo porque cuatro irían ahí para nada y se quedarían sin ser pregoneros. Es un ejemplo de lo exagerado que está el Pregón.

La última vez que cambiaron los estatutos se llevaron por delante a la Junta Superior del Consejo que tuvo la idea; y los que ganaron con el proyecto definitivo pasaron a gobernar. Esto no es ninguna tontería, aunque pueda parecerlo. Los estatutos dan muchas vueltas antes de ser de verdad.

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