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Hablemos de educación

Javier Ros Pardo / Javierros@ Auna.com

Unos recuerdos franceses, 's´il vous plaît'

PARA hacer una correcta mise en valeurde los supuestos avances en nuestra educación nacional, el que suscribe pide licencia para evocar en primera persona unos recuerdos vistos y vividos en la Francia de principios de los 70.

Entonces compatibilizaba sus estudios de licenciatura en Filología Francesa con su trabajo como lector de Lengua Española en tres liceos públicos de Bayonne, París y Nîmes. Su labor consistía en ofrecer a los niños de todos los niveles once horas semanales de clase de conversación y cultura española.

El sistema educativo francés conocía tiempos de esplendor. Las obligadas comparaciones entre aquella realidad educativa y social -ya con una larga tradición democrática- y la de la oscura España del Cuéntame que llevaba a cuestas, eran tan traumáticas como necesarias.

Se enseñaba siempre a partir de un espíritu de claridad. En todos los institutos y colegios había también lectores de italiano, inglés, alemán, ruso y portugués. La gratuidad de los libros de texto ya era antigua en toda Francia. Los centros poseían una excelente biblioteca para profesores y alumnos, un bibliotecario con dedicación exclusiva y un generoso presupuesto.

También disponían de un documentalista, encargado de proveer al profesorado de los medios audiovisuales más avanzados del momento, y de los recursos didácticos más inimaginables que prestaba el Centro Regional de Documentación Pedagógica, para mejor impartir el temario de todos los niveles.

Además, el problema del control de la asistencia a clase de los niños estaba en manos del surveillant, o jefe de vigilancia, ayudado por varios becarios estudiantes de Magisterio, que cada hora lectiva tomaban nota de las ausencias, retrasos, justificación de faltas, etcétera. Ante cualquier anomalía telefoneaban a las familias. Vigilaban también el orden en los cambios de clase, los recreos y el comedor.

Entre el cincuenta y el sesenta por ciento de toda la población escolar francesa se quedaba a almorzar en el colegio o instituto, lo que favorecía mucho la conciliación de la vida laboral y familiar.

Los centros educativos contaban en sus horas de apertura, con un imprescindible servicio de enfermería, sobre todo cuando hay adolescentes y actividad deportiva. El total de empleados de administración, mantenimiento, cocinas, limpieza, etcétera, sobrepasaba al de profesores. Los transportes de las actividades complementarias eran gratuitos.

Y ya en otro orden de cosas, es imposible olvidar aquellos trenes que llevaban y traían por la Gare de Austerlitz a cientos de miles de españoles que huían de una tierra hermosa y apta como pocas para el bienestar, pero en la que no se podía vivir. Aún guardo la copia de aquel documento firmado por muchos hijos de españoles, que pedían la homologación de sus estudios en España, de cara a un retorno que rara vez pudo ser porque llegó tarde.

Pero el gran descubrimiento de aquellos años no fue Francia, sino mi propio país. Les arbres cachent la fôret (los árboles ocultan el bosque), me decían. Desde aquí, mi gratitud hacia los viejos profesores republicanos españoles del exilio, y los grandes hispanistas franceses que pude conocer. Ellos me hicieron ver como nadie que España era y sigue siendo, pese a todo, una tierra imprescindible, apasionada y apasionante.

-Papi:¿Por qué no haces una comparativa actualizada?

-Mejor lo dejamos. La France de Sarkozy… c´est la décadence. Me acordaría de aquello que Las Grecas nos cantaban a los soldaditos… "Quisiera no pensar. Quisiera no sufrir".

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