el poliedro

José / Ignacio Rufino

Un rescate que resultó ser estafa

Resulta perverso comparar el saneamiento bancario con el adelanto de pagos de servicios públicos esenciales

SITUADOS en el área viscosa de un triángulo caracterial cuyos vértices son las tragaderas, la aparente docilidad y la desidia, los españoles hemos asistido impertérritos a cómo nuestro futuro se hipoteca de forma brutal, sin que a cambio obtengamos nada, por causa de la mala gestión de la mayor parte de las difuntas cajas de ahorro, en franca connivencia con gobernantes desahogados en cualquier ámbito territorial. Esta semana se ha confirmado lo que estaba cantado: el rescate bancario no lo iba a pagar el sector bancario, como dijo en su día la ministra socialista Elena Salgado. Y sí iba a perjudicar al contribuyente -y cómo-, en contra de lo que aseguraba más tarde su sucesor, el conservador Luis de Guindos. Pero se equivocaron, porque damos por hecho que no sabían lo que parecía evidente, a saber, que la banca tocada de muerte no iba a ser capaz de devolver el enorme préstamo exterior que España tuvo que pedir para evitar el desastre bancario. Algunas entidades deberían haber caído a costa de sus dueños, sus acreedores y sus depositantes, o cuando menos deberían haber sido subastadas para evitar que fueran usted y su descendencia quienes pagaran la salvación de los culpables. Pero no lo sabían Salgado ni De Guindos cuando dijeron, ufanos, lo que dijeron. ¿O nos engañaron para que no cundiera el pánico? ¿O simplemente dijeron aquello que convenía para evitarse problemas, a sabiendas de que los españoles no nos tiramos a la calle ni siquiera ante estafas colosales como ésta?

España va a perder más que probablemente la mayor parte del rescate bancario o cajario. El saneamiento de la banca a costa del crédito exterior, con avales estatales, y de una buena millonada de dinero público, no se va a recuperar en un 75%. Se va a perder. No se va a invertir en obras públicas ni en colegios, ni a gastar en coberturas de salud de los ciudadanos. Prolongará la necesidad de recortar. Sin que todo ese dispendio que se nos ha vendido como inevitable vaya a ser recuperado de ninguna manera. El crédito que asumimos y avalamos todos no lo pagará la propia banca, como aseguró Rajoy, porque buena parte de esa banca ya no existe. Lo pagará el contribuyente, en contra de lo que aseguró la vicepresidenta Sáenz de Santamaría. Un tajo radical a las posibilidades y las expectativas de recuperación económica. Y nadie va a ir a la cárcel, nadie se declara responsable. Al contrario, hemos saneado entre todo el personal de tropa un sector bancario irresponsable. En la Unión Europea nos felicitan, porque nuestro futuro como país y como conjunto de personas le importa sólo en la medida del daño que podamos causar.

Todo esto era previsible. Sin embargo, lo que sorprende -aceptamos ingenuo como adjetivo de compañía- es que medios de comunicación especializados en economía nos abofeteen con argumentos vestidos de proporciones. A saber: "Rescatar autonomías y municipios cuesta al Estado el doble que rescatar a la banca", hemos podido leer en estos días, no en uno ni dos medios y sus opinadores. O sea, que equiparamos en el juicio y en la comparación el dinero que el Estado central adelanta a los ayuntamientos y las autonomías -los llamados "pago a proveedores" y Fondo de Liquidez Autonómica- con el mortero sin fin con el que todos tapamos la negligencia y el fracaso de empresas financieras. Es perverso que comparemos la mala praxis bancaria con el gasto social. Lo privado con lo público. El desahogo prestamista con la receta contra la diabetes de un españolito ajeno a los grandes manejos. Mientras que no defendamos de esta manipulación cínica a la vida de este país, seguiremos tocando el violín mientras el Titánic se hunde. Y entonces nos comeremos a bocados unos a otros.

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