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La ciudad y los días

Carlos Colón

Las setas y la mantequilla encarnada

HAY algo peor que la catetería ombliguista que cree que su pueblo es lo mejor del mundo del que nada conoce? ¿Hay algo más espeso que el localismo de campanario cerrado a todo lo exterior, enemigo de toda innovación, alérgico a cualquier cambio? ¿Hay algo más triste que el complejo que magnifica lo propio y desprecia lo ajeno? ¿Hay algo más abominable que el pastiche neosevillanista, seudobarroco o poscostumbrista que copia en el siglo XXI la arquitectura del primer tercio del XX que a su vez recreaba la islámica, renacentista o barroca?

Sí, lo hay: la catetería viajá que junto al latazo de los vídeos y las fotos digitales para hacer los pogüerpoin se trae del extranjero la admiración boba por los errores/horrores que también -aunque proporcionalmente en mucha menor cantidad- en otras partes se cometen (léase cúpula geodésica del British Museum o el Fórum Les Halles parisino). Sí, lo hay: la espesa modernidad de quien cree que todo lo ajeno es mejor que lo propio sólo por ser de fuera y de otro (que en esto la envidia también cuenta); que todo lo nuevo es mejor que lo antiguo por el mero hecho de su novedad; y que todo lo antiguo es viejo. Sí, lo hay: el pastiche seudomoderno, la mala arquitectura no reflexionada que se mete a puntapiés y a codazos en el corazón histórico de las ciudades.

Cuando estos males afectan a empresarios privados se destruye un edificio a veces excepcional, en no pocos casos notable y siempre superior al que le sustituye. Un grave daño estético. Pero cuando afectan a las autoridades, tan dadas a ese faraonismo democrático que utiliza los dineros públicos con el mismo desahogo con que Keops, Kefrén y Micerino utilizaban la mano de obra para erigir sus pirámides, al daño estético se suma el económico. Ya leyeron ayer en estas páginas lo de las setas: "El verdadero sobrecoste del proyecto de remodelación es casi 8 millones de euros superior a la cifra oficial. El Ayuntamiento mantiene oculta desde diciembre la desviación presupuestaria, que es de 25,8 millones. El coste para las arcas públicas supera los 110 millones" (pásenlo a pesetas: se marearán).

Y no pasa nada. Sevilla sigue siendo cobarde y pasiva. Sevilla sigue siendo la mona cateta, espesa y acomplejada vestida de sedas falsamente modernas. Lo de la Encarnación es, con respecto a la verdadera modernidad, lo mismo que lo de aquella desdichada de la que en el barrio se contaba que para pasar por lo que no era, y por ello excediéndose en finura, pedía en los puestos del viejo mercado mantequilla encarnada en vez de manteca colorá. Cosas de la Encarnación de ayer y de hoy.

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