La gandinga

Rosa / G. Perea

Ya siempre será Roma

TE la regalamos porque no la has pedido. Cuando la verdad habla hay que callar y acatar. Eso he hecho y ahora preside el salón justo en el rincón donde las horas se quedan a dormir en mi regazo pensando en ellos. Esta pluma de armao sabe bien de mis devociones, por eso las puertas de mi casa se han abierto sin necesidad de que Abelardo sonara para que entrara con ella toda la grandeza de Roma. Me ha traído un revoloteo de pétalo presumido enganchado adrede en una corona de espinas injustamente sentenciada. Una lágrima furtiva del que hizo la guardia pegado a la manigueta y al que el gentío no le va a borrar jamás la caricia de los ojos que mejor saben curar las desesperanzas. Un soplo de marcialidad y hombría del Melli, que ahora está abriendo las puertas del cielo donde le estaba esperando San Pedro que quiere ser latero. El soniquete de los villancicos que en las madrugadas de diciembre desfilan bajo el Arco. Un retazo de majestad y tronío de la mirada limpia del Capitán Fernando. La cadencia del ensayo de los que mejor saben comer pipas desfilando. Una ráfaga de luz de la sonrisa ilusionada del cornetín que la mañana de Jueves Santo no se cambia por nadie. Un redoble de muralla atrapado en el tambor de Hidalgo. La palabra justa y la caricia de cirineo de mi Rogelio, de mi Richard, de mi Carre. Los versos valientes de Gálvez y de M. Alejandro López que saben darle otro sentido a las palabras pregón y canalleo, un respeto. Un cruce de la Gandinga y un reflejo de la mañana que se estrena en el Pájaro. La melancolía en las ausencias enredadas de kilómetros de exilio de Miguel Alfaro. El anhelo teñido de esperanza de los aspirantes. Cuánto de bondad y camaradería se esconde en el abrazo del armao a un aspirante...

Y ahora dígame usted si bajo las caricias de esta pluma mi casa no será ya siempre Roma.

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