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Alto y claro

josé Antonio / carrizosa

El tren de don Estanislao

QUE tengamos hoy que votar mientras vemos cómo Europa, el ideal de un continente unido por la democracia y el imperio de los derechos humanos, se desmorona delante de nuestros ojos tiene un preocupante simbolismo. Malos tiempos estos en los que la tentación populista, a derecha y a izquierda, campa a sus anchas y nos deja a merced de demagogos e iluminados. Es lo que ha pasado en el Reino Unido con el Brexit tras la insensata apuesta de David Cameron que le ha costado - no hay mal que por bien no venga- su carrera política y que ha provocado un terremoto político del que no sabemos ni cuándo ni cómo nos vamos a recuperar. Es lo que ya ha estado a punto de pasar y puede pasar cualquier día en Francia con una extrema derecha rampante y lo que ya sufre Grecia con una extrema izquierda desnortada que está hundiendo aún más a un país que ya era difícil empeorar.

Pero es también lo que puede pasar aquí si tras las elecciones de hoy los partidos se empeñan en bloquear una salida racional y se imponen los vetos personalistas, las líneas rojas y las miras estrechas. Es lo que ocurrió después del 20 de diciembre y, desgraciadamente, no hay motivos para descartar que vuelva a suceder. España vota hoy con una inevitable sensación de fracaso colectivo y eso entraña el riesgo de que se pierda la perspectiva de lo que nos jugamos en las urnas. No nos podemos permitir más frivolidades ni perder más tiempo. O la gestión que hagan los partidos de los resultados electorales de hoy sirve para poner el país a funcionar o lo pagaremos a un precio muy alto.

La política necesita dignificarse. Se ha dado un espectáculo de falta de liderazgo y de ausencia de proyecto como no habíamos conocido en muchas décadas. La situación que nos ha llevado a repetir las elecciones nos retrotrae, de hecho, a épocas de la historia de España que hoy contemplamos como una extravagancia inexplicable, como la Primera República, que terminó con aquel Consejo de Ministros en el que su presidente, Estanislao Figueras, tras desesperarse con los enfrentamientos continuos, las rencillas personales, el separatismo cantonalista y la ingobernabilidad del país, exclamó solemnemente aquello de "señores estoy hasta los cojones de todos nosotros" para a continuación coger un tren en la Estación del Norte, plantarse en París y no volver nunca.

Parece que no hubiéramos evolucionado demasiado desde el último tercio del siglo XIX. La política española de la segunda década del siglo XXI ha entrado en crisis porque a las principales fuerzas les han faltado líderes dignos de ese nombre y porque, ante la falta de respuesta a las demandas de la gente, han surgido otras alternativas que se han basado sólo en ese descontento. Es la razón de ser de Podemos, pero también donde tiene su espacio natural Ciudadanos y la abstención. Pase lo que pase esta noche, las dos fuerzas políticas que hasta ahora han sido mayoritarias tendrán que hacer una profunda revisión de lo que han hecho mal y plantearse si para seguir adelante les sirven los dirigentes y las estrategias que han mantenido hasta ahora. Porque -hoy sabremos hasta qué punto se confirma o no- el gran riesgo en el que ha vivido España por la inoperancia de sus partidos ha sido el de caer en manos del extremismo. El resultado que obtenga Podemos nos va a servir para medir hasta dónde el vendaval populista que parece que ha empezado a recorrer Europa, y que ha tenido en el referéndum británico su por ahora episodio más duro, ha entrado en España.

Por todo lo que está pasando y, sobre todo, por lo que puede pasar, es decisivo acudir hoy a las urnas. Aunque entren ganas de hacer como don Estanislao en la Primera República y poner tierra de pormedio después de decir lo de "señores…"

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