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La utopía de Piketty

LOS megaconceptos económicos son a menudo los más digeribles. Uno en alza es la desigualdad, presente en la España de los seis años en el hoyo pero también en el resto de Europa y del mundo -Hispanoamérica y África siguen siendo campeonas en este luctuoso ranking-. Thomas Piketty, francés de 43 años y autor del raro best-sellerEl Capital en el siglo XXI, es el nuevo gran filósofo del capitalismo amable, bendecido y aplaudido por el mismísimo Paul Krugman y elevado por la crítica especializada (incluido el bastante neoliberal The Economist) a la categoría de monstruo teorético.

En esencia, Piketty sostiene que las cosas van mal cuando la tasa de acumulación de capital crece más que la economía, es decir, cuando los beneficios, dividendos e intereses superan a los sueldos y la producción. O cuando la ingeniería creativa vence a la realidad. Es lo que ocurre desde hace décadas y es lo que Obama en EEUU y los 28 en Europa han intentado suavizar tras el viscoso estallido de las burbujas financiera e inmobiliaria. Sin éxito, claro.

La solución propuesta por el galo es tan bella como utópica: crear un impuesto mundial sobre la riqueza que equilibre los dos extremos de la pirámide social, cada día más alejados, tal y como se empeña en demostrar el coeficiente de Gini (por ejemplo). Los ricos nunca accederán a pagar mucho más de lo que pagan. Ellos son el poder convenientemente diluido en la estructura sin rostro de la corporatocracia. Y la corporatocracia es sagrada, mucho más intocable que los políticos que sumisamente la sostienen en pago de sus deudas.

"Si no reformamos el capitalismo, el sistema democrático estará en peligro", alerta Piketty. Desgraciadamente, el presente ha superado ya esa fase de riesgo. Si las correcciones se fían a Bruselas, a la proverbial cobardía de la clase dirigente habría que añadir el caracolero ritmo típico de las instituciones comunitarias, que parecen conformarse con una reforma a medias. Conviene recordar, asimismo, que el Banco de España (etapa MAFO) alardeaba antes del petardazo universal de su granítica supervisión, luego ni siquiera aquello que nos vendían como modélico era más que un trasto parcheado. Cuando Piketty, Krugman o Stiglitz hablan de revisiones del modelo no piensan precisamente en colorete o lápiz de labios.

Mientras confiamos en que una conjunción astral empuje a Motoro a entender la curva de Laffer antes de que acabe la legislatura, el chapapote de Piketty luce espléndido en España, segundo país europeo con mayor pobreza infantil (Cáritas), pésimo según Gini en la distribución de la riqueza, absurdamente benévolo con las grandes en detrimento de las pymes (tipos reales de Sociedades) y, sobre todo, indecentemente generoso con las rentas del capital cuando las del trabajo rozan a menudo lo confiscatorio (sucesiones y donaciones, IBI, IVA, IRPF y un largo y funesto etcétera). Es lo de siempre. Darwinismo contra regulación. Y aquí llega el círculo vicioso: lo segundo depende de unos estados secuestrados por los partidarios de lo primero.

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