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José / Ignacio Rufino

Que venga gente, y se cree trabajo

La dialéctica entre desarrollo turístico y medio ambiente dista mucho de tener una solución a gusto de todos

HACÍA tiempo que no viajaba en autobús, y hacerlo ha sido una sorpresa muy grata. Los asientos son confortables, el aire acondicionado es de primera, no suena en un radiocasete gangoso El Fary ni Camela; es más, el ruido del motor brilla por su ausencia, y es muy grato descubrir que aquella pantalla de vídeo de los tiempos predigitales ha sido erradicada, y no hay riesgo de ser mortificado por narices con una película. Desde Mazagón a Sevilla, la ruta hacía varias paradas en Matalascañas, un pueblo-puzzle que no es cualquier cosa e impone mucho respeto: hacía también muchos años que no la visitaba; tan es así que descubrí que la mítica Surfasaurus, en la que dicen llegó a cantar Julio Iglesias, era pura arqueología discotequera. En el trayecto entre ambas localidades, el conductor, un hombre dicharachero y bromista hasta causar pasmo, fue relatando con ejemplos y a borbotones su visión sobre la política económica regional y local de las, digamos, tres últimas décadas; sobre las infraestructuras necesarias y los despilfarros, sobre la dialéctica entre la naturaleza y el turismo. Anoté todo mientras le preguntaba sentado a su espalda (hay vicios que a cierta edad ya no se corrigen). He podido comprobar que la mayoría de los datos que aportaba eran poco fiables. Aun así, sus opiniones reflejan la tirantez consustancial que en ese territorio, como en muchos otros, hay entre la protección del medio ambiente, la diversión y el turismo y la flagrante falta de empleo.

"¿Esas pasarelas son las que se construyeron para que los linces no fueran atropellados, verdad?", pregunté. Me dio la impresión de que nuestro chófer no había reparado en ellas hasta entonces, pero campanas habría escuchado, de manera que sentenció: "¿El lince? La madre que parió al lince. 1.000 millones ha costado cada puentecito". No atinó del todo; he sabido luego que costaron sólo dos millones cada uno. "Los militares aquí a la derecha pegando tiritos, los linces con la reproducción asistida a la izquierda, y la gente muerta de asco: turismo, leche, eso es lo que hace falta, aunque sea mochilero como en el Algarve, que venga gente y se cree trabajo".

Sin solución de continuidad, entroncó con otra controversia histórica (aún recuerdo el proyecto de la llamada Corta de la Cartuja): "A tomar por saco Doñana, hombre, una buena carretera que conecte esto con Sanlúcar de Barrameda, para que vengan turistas, y un espignocito entre Mazagón y Matalascañas con su puerto deportivo, y buenos hoteles. Y al carajo tanto pino".

Aviesamente, le hice ver que los mochileros con los puertos deportivos no casan bien. "Lo que sea, que venga gente, da lo mismo". Apunté que quizá la excelente carretera por la que circulamos hasta la autovía, los carriles bici y hasta el parque temático con camellos y centro de interpretación -que no falte- lo habían pagado los fondos europeos bajo la condición de que el Estado proteja el Parque Nacional. Evasivo, hizo una broma sobre sus botas vamp a la ucraniana que viajaba a mi lado.

Pero entró al trapo de nuevo. "De la carretera hay mucho que decir. Lo de las rotondas tiene guasa. Venga rotondas, ¿para qué tanta rotonda, compadre?". Los impresionantes scalextrics y viales construidos para acceder al poblado de El Rocío avalan sus tesis, algo contradictorias: "Esto es lo que hace falta, que venga gente y coches y dinero. El Rocío tendría que ser tres veces al año por lo menos. Eso arreglaría muchas cosas". Todo lo cual me hizo recordar a mi tío Salvador, que cuando conducía por la difunta celulosa de San Juan del Puerto contaba: "¿Cómo pueden ustedes soportar este olor?", "A nosotros, caballero, nos huele a pan". Para gustos, los colores.

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