Hace unas semanas murió Isao Takahata, el director de cine que cambió la forma de entender los dibujos animados, y dio lugar a una industria nueva dentro del cine, con un medio artístico que une creatividad y relatos de contenido profundo. Takahata es todo conocido sobre todo por La tumba de las libélulas, su obra maestra, en que dos hermanos en el Japón de los últimos días de la II Guerra Mundial malviven en secuencias donde se concentran la emoción y la tristeza más profunda, aunque sepamos desde el principio que los personajes son sólo fantasmas. Aquí están presentes como en pocas películas la magia del dibujo de Takahata, y la fuerza de las ideas. "Nadie sabe lo horrible que es una guerra cuando empiezan las hostilidades", decía a propósito de la que se considera como una de las más fuertes películas anti guerra que se han hecho. También recordamos a Isao Takahata por su serie de televisión: Heidi, la niña de los Alpes, de 1974, donde recrea libremente el personaje de Juana Spyri, y construye junto a la imagen ideal de la niñez, la necesidad de la vida social y la familia, en cualquier circunstancia, en cualquier cultura y lugar del mundo.

Curioseando sobre Takahata encuentro el fenómeno de las familias de alquiler en Japón, de la mano de la novelista Elif Batuman, que ha investigado de primera mano este asunto. En los últimos años se ha extendido la costumbre de alquilar actores que cumplen papeles muy diversos en las familias, cubriendo necesidades muy peculiares, como pueden ser que un hombre o una mujer, solos, busquen ocasionalmente la apariencia de un matrimonio o una pareja, o de un hijo o una hija, o una madre para ir de compras. A veces es para contentar a padres obsesionados con el matrimonio, y se llegan incluso a celebrar bodas cuya ficción se mantiene un tiempo, o no. Las situaciones son tantas como pueden imaginarse; un hombre joven alquiló un padre para que hablara con los padres de su novia que se había quedado embarazada, y conciliar así la situación. Puede resultar chocante, pero me parece muy normal que en un país que se nos presenta como imagen de la deshumanización mediante robots, que cubren expectativas sociales y sentimientos humanos, se recurra a una ficción que oculte el conflicto en las relaciones -cosa que no soportan los japoneses-, pero dentro de una construcción familiar. Tampoco es tan raro; a los japoneses no se les ha ocurrido, pero aquí en España sí se están dando casos de actores-políticos puestos o contratados para representar a otros, dentro del teatro de las familias políticas.

Termino con dos referencias sensibles. Una, del director de una de estas empresas de alquiler de actores, que dice: "Lo que proporcionamos no es afecto familiar, sino el afecto humano expresado a través de la forma de la familia". Y la otra, del final de Heidi (tomo la edición de 1957 de editorial Juventud), donde se unen las necesidades afectivas con las económicas de los niños. Dice así: "…pues bastaba que la abuelita de Clara fuera a un sitio para que en él se estableciera el orden más completo, tanto moral como material".

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