Puedo entender la coyuntura, puedo entender la desazón que se produce cada vez que algunos de los más vulnerables salen dañados. El dolor de unos padres, la rabia de una sociedad, la viralidad de las redes y el amarillismo de todos los diarios, televisiones y radios. Todo eso puedo entenderlo, porque convive con nosotros con más frecuencia de la que nos gustaría. Pero tomar decisiones en caliente, y sin fundamento jurídico, nos acerca más a ellos que a la certeza, nos convierte en eso mismo que pretendemos castigar. El Código Penal español está fundamentado en los cimientos de la reinserción del ciudadano. De ahí el número de años por penas, los agravantes y los atenuantes, las penas accesorias, la acumulación jurídica o los grados penitenciarios. Todo él, desde la descripción del primer tipo de delito, a los conceptos derivados como podría ser la propia prevaricación de un juez. Así se recoge en el artículo 25.2 de nuestra Constitución: "Las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social y no podrán consistir en trabajos forzados". Vaya por delante que en el Derecho la empatía ha de quedarse en la puerta, prohibiendo el paso a su entrada, porque es una ciencia que no debe tener en cuenta las sensaciones humanas, sino que más bien debe alejarse de éstas para no contaminarse. Ha de actuar justa y escuetamente, tipificando cualquier acción u omisión del hombre o la mujer, que vayan en contra de la ley.

Miles de expertos de Derecho Penal se han posicionado en contra de la prisión permanente revisable, un eufemismo más que enmascara una verdadera venganza. Esta ley, que fue aprobada en el Congreso de los Diputados el 26 de marzo de 2015 como parte de la Ley de Seguridad Ciudadana, se incluyó en el Código Penal en su última reforma y hasta el momento solo hay un caso en el que haya sido aplicada, el del preso David Oubel, conocido como el parricida de Moraña, que mató a sus dos hijas, de 9 y 4 años de edad.

Si nosotros, los buenos, asesináramos a los malos ¿qué seríamos? Ni más ni menos que lo mismo. Un pueblo que dilapida las oportunidades, que ensalza los malos valores, que aúpa la lucha entre ellos como si no hubiera sufrido el cainismo que se ha repetido sin descanso a lo largo de todos estos años y que, por lo que se ve, a pesar de heredar sus infinitas miserias, no nos ha enseñado absolutamente nada.

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