Comunicador superlativo, Javier Sardá va a recibir el Premio Iris Toda Una Vida de la Academia de Televisión. He escrito su nombre castellanizado porque con esa denominación de origen comencé a frecuentarle. Él me lleva cuatro años. Sólo cuatro años. Lo que al principio de su trayectoria profesional me provocó no pocos complejos. Cuando él hacía prodigios en La bisagra, esa radio de ensueño en la que conocimos al señor Casamajó (¿saben que ese es el apellido materno del presidente catalán?), con apenas 30 primaveras cumplidas, yo no salía de mi asombro, muerto de envidia, sabiendo que ese status me sería inalcanzable, así cumpliera los 30, 40, 50 o 60, atribuyendo buena parte de las culpas al destino. Nací donde nací, y eso condiciona; nací con la lengua que nací, y eso condiciona; nací en el estrato social y cultural que nací, y eso marca para siempre.

El comunicador superdotado fue creciendo en madurez, ampliando registros, mostrando distintas caras de su poliédrica personalidad. Y siempre le dediqué tiempo y atención. Y siempre le tuve en un altar. En los últimos tiempos, Xavier Sardà, hasta con la tilde en la 'a' modificada, sigue en primera línea de fuego. Su columna de prensa es modélica. Sus opiniones como tertuliano, impecables.

Y a mí, que lo veo cuatro años desde abajo, me sigue pareciendo un referente que asocio a esos valores que desde siempre he admirado: ser poseedor de una mente abierta, sin orejeras de ningún tipo; poseer un bagaje cultural sólido, y contar con un corazón sensible, capaz de ser mecido e incluso zarandeado por las disciplinas artísticas.

A diferencia de los tiempos radiofónicos de La bisagra, hace casi treinta años, ya no estoy acomplejado. Soy como soy, muy contento de serlo. A años luz de Xavier Sardà. Pero gozoso por ser capaz de gozarlo, de sentirme cómplice, cazarle al vuelo y compartirle.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios