Todo, absolutamente todo, es susceptible de convertir lo malo en perverso. Incluso ese paso de gigante que el progreso dio con lo que empezó llamándose autopistas de la información y que no era otra cosa que Internet, convertido ya en inseparable inquilino de nuestras vidas. En La Red se ha instalado el mundo aparentemente civilizado y lo que podría ser una especie de panacea para el conocimiento en cualquier materia, se ha convertido también en arma arrojadiza que sirve para el insulto y la descalificación desde el más nauseabundo de los anonimatos. La Red, por ejemplo, nos trajo al desayuno el sapo de los insultos en el asesinato de dos garantes de nuestra seguridad como en su día pasó en la muerte de un torero en el ruedo. Ciertamente, nunca creímos que esas autopistas sirvieran para lo que sirven.