Belén

Todo el mundo sabe que la única solución pasa por dos Estados que se reconozcan mutuamente

Nuestro corazón está en Belén, dijo el Papa en su homilía de Nochebuena, aludiendo a la guerra que vuelve a devastar la Tierra Santa en una espiral que gira desde hace décadas en torno al interminable conflicto entre israelíes y palestinos, pero en el mismo solar se han librado muchos otros a lo largo de los siglos desde los remotos días de los cananeos. Cuna del rey David, figura central de las religiones abrahámicas, el nombre de Belén aparece por primera vez en las tablillas cuneiformes de Amarna, escritas en acadio, unos trescientos años antes de que naciera el sucesor de Saúl y vencedor de Goliat, que precedió en más de mil años a su descendiente Jesús de Nazaret. De siempre vinculado a la ciudad hermana de Jerusalén, aunque aislado hoy por altos muros, el enclave cisjordano fue destruido durante la tercera de las guerras judeo-romanas, tras la rebelión de Bar Kojba, que supuso la desaparición de Judea –incluida desde entonces en la provincia de Siria-Palestina– y el inicio de la última gran diáspora para los centenares de miles de hebreos que no murieron o fueron esclavizados por las legiones de Adriano, quien levantó sobre las ruinas jerosolimitanas la nueva Aelia Capitolina. Se atribuye a la madre de Constantino, Santa Helena, cuya vida y leyenda fueron recreadas por Evelyn Waugh, el hallazgo de la Vera Cruz y el sepulcro del Ungido, así como la iniciativa para la reconstrucción de Belén, pero sería su hijo el Grande, refundador de Bizancio y uno de los decisivos artífices de la Cristiandad, quien ordenara erigir la primera Basílica de la Natividad en el lugar donde la tradición situaba la inaugural escena del pesebre, venerado por católicos y ortodoxos y también por las antiquísimas comunidades de armenios, coptos y sirios. La expansión del Islam, rápidamente extendido por todo el Levante, marcó el inicio de una nueva era apenas interrumpida por el Reino Latino de los cruzados, cuyo primer monarca, Balduino, fue coronado en Belén, pero la ciudad nunca dejó de acoger a cristianos de distintas obediencias entre la conquista de Saladino y el final de la dominación otomana. La creación del Estado de Israel después del mandato británico, primero con la llegada de miles de refugiados palestinos y sobre todo después, con la ocupación permanente tras la Guerra de los Seis Días, ha alterado sustancialmente la vida de los belemitas y sus perspectivas de futuro. No será fácil que llegue la paz a la tierra donde nació el hombre que predicó la idea de la fraternidad universal, pero todo el mundo sabe que la única solución, en un espacio tan saturado de historia, pasa por la consolidación de dos Estados que se reconozcan mutuamente.

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