Algo del otro mundo | Crítica

Cuento de invierno

  • Impedimenta publica el único relato corto de Iris Murdoch, hasta ahora inédito en español, una pequeña obra maestra traducida y comentada por Pilar Adón

Iris Murdoch (Dublín, 1919-Oxford, 1999).

Iris Murdoch (Dublín, 1919-Oxford, 1999).

Siete novelas de Iris Murdoch, varias de ellas reeditadas, suma ya el catálogo de Impedimenta, que está haciendo realidad con su Biblioteca el viejo deseo de los lectores españoles de poder acceder a su obra de una forma regular y sostenida en el tiempo, pues la autora angloirlandesa no ha tenido entre nosotros una recepción acorde a la calidad de su escritura. A ellas acaba de sumarse su único relato corto al que la traductora, Pilar Adón, ha añadido un excelente posfacio que explica muy bien el lugar que ocupa en el conjunto de su narrativa, lo que lo une a ella –la inteligencia, el humor, un clima moral característico– y también lo que lo diferencia. Aparecido originalmente en 1957, en la tercera entrega de una antología temática titulada Winter’s Tales que incluía a otras autoras como Doris Lessing o Brigid Brophy, Algo del otro mundo pertenece a la primera etapa de Murdoch, que había publicado para entonces tres novelas y pronto daría a conocer la cuarta. El tema de fondo es la brecha entre la realidad y el deseo, vinculado a su recurrente idea del buen amor como una forma de aceptación que excluye el autoengaño.

Murdoch sitúa el relato en Irlanda, muy pronto abandonada pero siempre presente

Ambientado no en el Londres que sirve de escenario a la mayoría de sus ficciones, sino en el Dublín natal del que la autora se mudó junto a su familia antes de cumplir su primer año y al que de algún modo permaneció sentimentalmente unida, el relato transcurre en un solo día, incluida la noche. La protagonista, Yvonne, al parecer inspirada en una de las primas irlandesas de Murdoch, convive con su madre, la señora Geary, que regenta una modesta tienda en Dún Laoghaire, cerca de Sandycove y de la Torre Martello donde empieza el Ulises. Tiene veinticuatro años y ya no es “tan joven”, como le dice su tío, que del mismo modo que la madre insiste en que se case con el empleado de sastrería que la pretende, Sam Goldman, “un muchacho agradable” pero no particularmente favorecido que a ella no le parece –something special en la variación de la frase que le da al relato su título original– “nada del otro mundo”. A ojos de sus mayores, que no ahorran comentarios despectivos referidos a la condición judía de Sam, Yvonne no tiene otra opción –“¿Es que no puedo ser amiga de un chico, sólo amiga…?”, protesta ella, negándose a seguir el destino de sus compañeras de colegio– que ese matrimonio indeseado, y lo mejor que puede hacer es olvidar las “ideas raras” que le inspiran las revistas femeninas y las novelitas, devoradas en el minúsculo habitáculo que ocupa junto a su madre.

El itinerario revela un micromundo provinciano en el que no parece haber alternativa

Todo le resulta opresivo, la “caja de cerillas” que conoce y la que le espera si se deja convencer, el “ambiente húmedo y añejo” de la tienda, los rutinarios desplazamientos en el tranvía, hasta inocentes pasatiempos como el de ver zarpar el barco del correo en el que Yvonne –“¿Es que hay algún irlandés vivo que no quiera largarse a Inglaterra?”– sueña con marcharse un día. En su excursión con Sam a Dublín, Murdoch la describe como una joven frustrada e irritable a la que molestan las atenciones de su acompañante, que pese a su incapacidad de expresar lo que siente se desvive por complacerla, sin lograr otra cosa que exasperarla más todavía. El episodio del pub y sus dos ambientes separados, el respetable y anodino, tan tranquilo que parece una iglesia, y el turbulento y peligroso de la taberna, revela las dos caras de un micromundo provinciano –con personajes pintorescos como el poeta ebrio– en el que no parece haber alternativa. El itinerario concluye con la entrada en el parque ya cerrado, mientras la luna casi llena se refleja en el lago, donde Sam le muestra a Yvonne la imagen, triste pero evocadora, que para él representa la máxima belleza, en una inquietante epifanía que antecede al ambiguo desenlace.

La tensión emocional y el peso de lo no dicho recuerdan a ‘Los muertos’ de Joyce

Lejos de la idealización, la realidad irlandesa aparece reflejada de un modo casi naturalista que se presenta como un entorno pobre, tedioso y asfixiante, del tipo del que viven –y ellas sí dejarán atrás– las “chicas del campo” de Edna O’Brien. Tampoco la ciudad, retratada como una urbe espesa, maloliente y por momentos siniestra, ofrece grandes estímulos. Yvonne y Sam son dos personajes muy distintos que revelan ingenuidades contrapuestas, entre los cuales la comunicación parece imposible. Y sin embargo, con su sutileza habitual, Murdoch no deja de mostrar que tienen más que ver de lo que parece, en tanto que ajenos por distintas razones al lugar al que pertenecen y también por su deseo, tan torpemente manejado, de encontrar “algo especial” que dé sentido a sus vidas. La tensión emocional y el peso de lo no dicho permiten la comparación con Los muertos de Joyce, el célebre último relato de Dublineses, donde también se discurre de la insatisfacción y la conformidad, de un modo que como aquí conmueve profundamente. No apreciamos nada que remita de forma expresa a la biografía de Murdoch, pero como bien sugiere la traductora, que define la pieza como una “alegoría de los orígenes”, algo hay que le concierne, menos una impugnación que una especie de piedad antigua.

Fragmento de uno de los grabados de Michael McCurdy que acompañan la edición estadounidense. Fragmento de uno de los grabados de Michael McCurdy que acompañan la edición estadounidense.

Fragmento de uno de los grabados de Michael McCurdy que acompañan la edición estadounidense.

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