la tribuna económica

Joaquín Aurioles

G-7

ES un club de países que desde los años 70 se reúne periódicamente con el fin de garantizar la adecuada defensa de sus intereses en las decisiones de política económica de trascendencia global o internacional. Desde 1977 lo integran siete de los países más poderosos del mundo, que no son las economías de mayor tamaño, ni las más industrializadas, ni tampoco los más ricos, aunque sí lo suficientemente influyentes en todas las instituciones de carácter multilateral como para garantizar que ninguna iniciativa verdaderamente trascendente pueda salir adelante sin su consentimiento. En 1997 se integró Rusia, algo impensable antes de la caída del telón de acero, y desde entonces es conocido como G-8 ó G-7 más Rusia. No existe, por tanto, ningún tipo de legitimidad institucional o democrática, más allá de la que se deriva de la suma de sus influencias internacionales, aunque con el paso del tiempo y la progresiva industrialización de algunos países del tercer mundo, comenzaron a aparecer grietas en el envoltorio en forma de economías emergentes que amenazaban con escapar del control de los poderosos. En 1999 se creó el G-20, otro club de naturaleza similar integrado por los miembros del G-8 y once países industrializados, más la Unión Europea, en el que España participa como "invitado permanente", aunque no como miembro de pleno derecho.

En esta ocasión la reunión del G-7 ha sido mediante teleconferencia y como tema central la inestabilidad financiera en Europa, con frecuentes referencias a España y Grecia y propuestas de mayor integración fiscal y monetaria. Es lo que sugieren los manuales de integración económica y lo que en marzo de 1973 propuso el Informe Werner, la primera hoja de ruta para una moneda común en Europa, que no llegó a prosperar por la grave crisis económica de la época y porque en agosto de ese mismo año el presidente Nixon se encargó de desmantelar el sistema monetario internacional al suspender la convertibilidad del dólar en oro. El éxito de una zona monetaria depende, entre otras cosas, de que pueda defenderse de las perturbaciones exteriores de carácter asimétrico, es decir, de ésas que afectan a unas zonas más que a otras, y de la existencia de cortafuegos que impidan que las crisis bancarias desemboquen en crisis monetarias. El Mecanismo de Estabilidad Financiera responde al concepto de autoridad fiscal que debe defendernos de las crisis asimétricas, mientras que el modelo de "unión bancaria" que impulsa la Comisión sería la respuesta a la necesidad de mayor integración financiera. La receta debería completarse con los impulsos al crecimiento que el resto del G-7 pretende imponer a la tozudez alemana, que sería trasladada sin fisuras a la cumbre del G-20 en México. Europa conseguirá entonces la bendición internacional para reformas institucionales de gran calado, pero no concebidas en el seno de la Unión, sino en el del G-7. Una cumbre de jefes de Estado dará luz verde a los acuerdos que Alemania, Gran Bretaña, Francia e Italia, sus miembros europeos, se encargarán de trasladar al resto, así como también de desactivar cualquier pretensión de modificación de su contenido.

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