Holmes

Las notas de Klinger reviven el mundo del detective hasta los detalles más inverosímiles

Quizá no merezca la pena abordar las razones que explican la presencia de Sherlock Holmes en el imaginario popular, porque lo relevante es que se ha mantenido intacta e incluso ha aumentado hasta convertirse en uno de los símbolos más reconocibles de la cultura británica. De hecho, la profusión de productos audiovisuales más o menos desafortunados prueba no tanto la necesidad de adaptar sus relatos a un público ágrafo como la sorprendente vitalidad de un personaje capaz de resistirlo todo, pues la continua reedición de las aventuras originales deja claro que el héroe, aunque habitante de un mundo cada vez más lejano, no precisa de reinterpretaciones, convertido desde su nacimiento en icono universal de un Londres que ya no existe. “En mi caso, al menos, el rigor del raciocinio es inseparable de la energía justiciera del corazón”, decía Holmes, con palabras de Savater, en uno de los monólogos de la serie recogida en Criaturas del aire, y aunque el ensayista se servía de ellas para plantear los dilemas entre la lógica y la ética, valen igualmente para destacar un vínculo que es también sentimental, capaz de sobrevivir al desdén de nuestro tiempo hacia todo lo europeo. Tenemos en casa los tres tomazos de la edición anotada de Leslie S. Klinger, posterior a la de Baring-Gould o la más académica de Oxford, y a ellos volvemos con la seguridad de habitar un territorio amigo. “Yo perpetúo la dulce ficción de que Holmes y Watson realmente vivieron”, declara el estudioso con fingida candidez, y a partir de ahí construye un formidable aparato de citas, glosas y correspondencias que proponen una verdadera biografía paralela, no del autor sino de sus célebres personajes. El canon sherlockiano, como se lo llama para diferenciar las aventuras originales de las incontables recreaciones de otros escritores que han prolongado la vida del detective con desigual fidelidad a los parámetros fijados por Doyle, abarca cuatro novelas y cincuenta y seis relatos cortos recopilados en cinco títulos, incluidos los tres que publicó, siempre por entregas, después de que la presión de los incondicionales –y como es fama de su propia madre– lo obligara a resucitar al personaje tras haber contado su muerte en las cataratas de Reichenbach. Los ingleses saben que la erudición no está reñida con el humor o cierta característica excentricidad, y los miles de notas de Klinger –un festín que revive el mundo de Holmes hasta los detalles más inverosímiles– son buena muestra de ello. Los lectores devotos encontrarán en su edición, junto a una estupenda colección de dibujos publicados en las revistas de la época, una maravillosa enciclopedia sobre la era de Victoria.

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