Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Miseria

La existencia en Sevilla de los barrios más pobres de España pone a la ciudad en la frontera del tercermundismo

Sevilla ha demostrado a lo largo de su historia una capacidad sorprendente para convivir con el fracaso e integrarlo como una fatalidad inevitable. Los ha cosechado de índole muy diversa: en los últimos años, por ejemplo, ha aceptado con enorme resignación su marginación en la puesta en marcha de infraestructuras básicas como el Metro o el desmantelamiento de la práctica totalidad de su potencial económico al margen de un turismo masivo y barato. Pero quizás el más grave de todos ellos sea su incapacidad para revertir una situación de pobreza y marginación social que la pone en la frontera del tercermundismo. Estos días ha vuelto a publicarse el informe del Instituto Nacional de Estadística sobre los niveles de renta en las principales ciudades. El balance no por reiterado resulta menos desolador: los tres barrios más pobres de España están en Sevilla. Son Los Pajaritos, Amate y Polígono Sur. Los ingresos por hogar no llegan ni a la décima parte de las zonas más ricas del país, que se localizan en Madrid. Por si esto fuera poco, siete de las quince mayores bolsas de pobreza se localizan en nuestra ciudad.

No busquen, porque no las encontrarán, razones geográficas, históricas o culturales. Nadie quiere vivir en la marginación y la miseria. Las causas de este fenómeno, que como colectividad nos debería llenar de vergüenza, están en la falta de políticas inclusivas y en una desatención culpable por parte de los que tendrían que ponerle remedio. No es un problema de ahora. Hunde sus raíces en las sucesivas crisis que ha sufrido Sevilla desde los inicios del siglo XX e incluso antes. Lo grave de verdad es que el problema esté enquistado y sin visos de solución. Cuarenta años después de las primeras elecciones democráticas, la existencia de tanta marginación nos da una imagen real de cómo se ha gestionado Sevilla desde todas las administraciones con competencia para ello. Basta comparar nuestra evolución con la de alguna otra ciudad -Madrid por supuesto, pero también Málaga, por citar una cercana- para completar el retrato del desastre.

No hay soluciones mágicas ni rápidas y no las hay tampoco, como en la totalidad de los grandes problemas sociales, que no pasen por la educación. Con un esfuerzo serio y bien planificado en una generación las cosas serían ya muy diferentes. Pero no se hará: la política busca medidas que se puedan rentabilizar en el corto plazo de una legislatura, y así no hay manera. Es mucho más fácil no hacer nada o aparentar de vez en cuando que el tema preocupa. Total, esos barrios, los más pobres de España, son también en los que menos se vota. Basta con mirar para otro lado para que las bolsas se miseria no sean más que una fría estadística del INE con la que llevarse, de vez en cuando, las manos a la cabeza.

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