PASA LA VIDA

Juan Luis Pavón

Naranjas exprimidas

LA deflación que tanto preocupa a las autoridades si llega, ni está ni se le espera en la venta de naranjas. Un manjar tan refrescante y tan arraigado en nuestra tierra sigue costando más o menos lo mismo en las plazas de abastos y supermercados, con variaciones en función de las ofertas para llevarse más de un kilo. En el campo sucede todo lo contrario, las empresas distribuidoras o transformadoras de cítricos (sobre todo para zumos) sólo le ofrecen a los productores unos pocos céntimos de euro por kilo. Un duro de las antiguas pesetas. Y el que no se las venda a precio de miseria tiene que comérselas con papas, decidir que se pudran en las ramas o regalarlas, porque la globalización permite disponer de cosechas todo el año y desde cualquier procedencia. Recuerden este sistema de comercio injusto cuando paguen por pedir un refresco o por meter en el carro de la compra la consabida ración de botellas, latas o cajas de cartón.

Ahora que proliferan las campañas para recabar donativos y alimentos, más aún en este otoño tan tieso, habrá que poner en marcha la Operación Naranja para combatir la pobreza y el frío con vitamina. Desde cada finca que organizaciones agrarias como Asaja descubra dejando las naranjas en los árboles porque los intermediarios exprimen a sus dueños, debería alertarse a Cáritas y otras asociaciones fetén en la solidaridad. Seguro que encuentran voluntarios para que las susodichas naranjas acaben siendo exprimidas por los que más las necesitan, para poner a la mala crisis buena salud.

Echar por tierra toneladas de la mejor fruta de la vega del Guadalquivir que usted pueda llevarse a la boca, como estrategia cuya único fin posible sea mantener los precios que otorguen beneficio al agricultor, me parece un empeño pírrico, un carísimo desperdicio y una inmoralidad. En una sociedad con tantas entidades benéficas, es posible compaginar el interés económico del productor y los principios éticos más esenciales. Sus, y a por ellas.

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