Una canción para Sabina

Hubo un tiempo en que el cancionero sabinero estaba poblado de perdedores

Venía en el Diario la noticia de un hombre que, de madrugada, consiguió colarse en el hospital hasta alcanzar una de las habitaciones y, al ver sólo una de las camas ocupadas, meterse sigilosamente en la otra, hasta quedar completamente dormido. Con las primeras luces del día, el sorprendido compañero de habitación vio de repente un bulto en la cama contigua, creyendo que sería un nuevo paciente al que habían asignado sitio sobre la marcha, quedando petrificado cuando la primera enfermera que apareció al poco tiempo con la medicación le pudo confirmar que no se trataba de ningún enfermo, sino de una de tantas personas sin hogar que andan errabundos por nuestras calles, reconvertido en polizón de hospital.

Y puede imaginarse uno al pobre diablo entrando por el inhóspito hall, sortear disimuladamente el duermevela confiado del celador, tomar el montacargas con ese ruido sordo y esa luz blanca como de muerto, llegar a la planta sexta, el largo pasillo sin un alma, y abrir lentamente las puertas de doble hoja marcadas con letreros antiguos, 601, 602, 603.... hasta dar con una cama libre para acurrucarse dentro con los zapatos puestos. Y aprovechar la confusión del alta falsario para huir de allí como un fantasma. No me digan que no es una buena historia para una canción de Sabina, ahora que acaba de pasar por la Maestranza para despedirse delante de Curro Romero. Pero una canción de las de antes, de las de “cuando era más joven y viajaba en trenes que iban hacia el norte”, no de las últimas, amparadas por el pop comercial y pegadizo de Leyva.

Hubo un tiempo en que el cancionero sabinero estaba poblado de perdedores, del hombre del traje gris hasta aquellos atracadores de Pacto entre caballeros que acabaron con él de farra en una whiskería, del Jaro de la espléndida Qué Demasiao a ese Dioni que se piró a Brasil con los millones robados a un banco. Con el tiempo, el trovador urbano fue evolucionando y ampliando sus registros hasta sonidos más sureños, con incursiones en terrenos como la ranchera o incluso la rumba, al tiempo que ganaba en fama y seguidores. Hay en estos conciertos postreros mucho más de lo segundo que de lo primero, pero sigue existiendo ese rapto de genio que un día nos enganchó en la envoltura de sus letras. Murió Aute, se fue Serrat, ahora Sabina… al que seguiremos fieles aunque sea recordándolo en estas entrañables historias de perdedores.

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