Augusto Lahore, el último directivo

Los que hemos tenido la suerte de tratarlo disfrutamos de su visión desapasionada y certera de la actualidad

10 de abril 2024 - 01:00

Hubo un tiempo en que a la gente del fútbol los conocíamos como directivos. “El padre de fulanito fue directivo del Sevilla”, “menganito estuvo en la directiva del Betis”, decíamos. Se trataba la mayor de las veces de pequeños empresarios, médicos, abogados, directivos locales de bancos, unos mejor posicionados que otros, pero todos aficionados de cuna, que hacían lo que podían para salvaguardar aquellas anticuadas economías de guerra. ¡Cómo me acuerdo hoy de mi admirado maestro Carlos Corradini, y su excelente lección sobre el embargo al hilo de las frecuentes intentonas de Hacienda para quedarse con la taquilla! Con la reconversión en sociedades anónimas y el cambio de paradigma que trajo el dinero de las televisiones, el pelaje de los nuevos mandarines cambió por completo. Así, los directivos pasaron a ser consejeros, el socio de a pie perdió el poco peso que tenía en el control del club en beneficio del accionista, y en este nuevo partido el capital pasó a ganar por goleada al sentimiento.

Augusto Lahore Camuña prestó sus mejores servicios a nuestro club ya en el tiempo de los segundos, pero por escuela, estética y educación, nunca dejó de pertenecer a los primeros. Se puede decir que Augusto fue el último directivo al estilo de como los conocimos de pequeños, como Engenio Montes, como Gabriel Rojas, como Manolo Rodríguez-Sañudo, como Juan Romero Laffitte, como aquel Paco Ramos de Riogrande que coló al niño que fui dentro del vestuario, antes de un partido de copa con el Valencia, hasta presentarle uno por uno a los jugadores de nombres hoy míticos (Superpaco, Blanco, Yiyi, Juan Carlos, el gran Enrique Montero…) que habrían de saltar a aquel campo sin cubierta ni asientos, para que nadie me creyera al día siguiente en el colegio.

Su clarividencia de hombre sensato, su experiencia como empresario y su honestidad del que no necesita del fútbol para vivir hizo que su tándem con Roberto Alés resultara decisivo en el resurgir del club a principios del siglo, sin quitarle ningún mérito a todo lo que ha venido después. Luego, los que hemos tenido la suerte de tratarlo disfrutamos de su visión desapasionada y certera de la actualidad, no sólo del deporte, siempre adornado con un finísimo sentido del humor que lo convertía en un perfecto conversador. Y que nos revelaba que, después de todo, la categoría no tiene que estar necesariamente reñida con el fútbol.

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