La noticia apenas ha trascendido. En la larga tradición de subrayar sólo lo negativo, ocultamos con demasiada frecuencia cuanto reconoce el éxito de nuestros logros. Podría citar muchos ejemplos, pero hoy me interesa el que atañe al juicio objetivo que merece nuestro sistema sanitario. Según un informe de la prestigiosa revista The Lancet y de la Fundación Bill y Melinda Gates, éste, con una puntuación media de 90 sobre 100, se sitúa entre los mejores del mundo. En concreto, ocupamos el octavo lugar, por delante de potencias como Alemania, Italia, Francia o Reino Unido y emparejados con paraísos modélicos del bienestar, como Noruega o Finlandia. Más allá de mareas multicolores y de quejas crónicas, los hechos, analizados externa y asépticamente, demuestran la solvencia de nuestro Sistema Nacional de Salud. Gracias a la preparación de cuantos lo integran, al caudal presupuestario invertido, a la amplia lista de terapias disponibles y a su solidaria universalidad, pocas naciones pueden presumir, como la nuestra, de ofertar una sanidad de tanto prestigio y calidad.

Y es que, acostumbrados como estamos a mirarnos enfurruñadamente el ombligo, solemos perder la perspectiva. Bastaría con conocer otras realidades para reparar de inmediato en la excelencia de la nuestra. Como afirma Serafín Romero, presidente de la Organización Médica Colegial, "hemos hecho las cosas bien". En su opinión, "nos hemos dotado de un sistema que ha servido de modelo para otros países, de una sanidad accesible, en la que cualquier ciudadano puede recibir la atención médica requerida". El liderazgo de nuestro Sistema Nacional de Trasplantes, el empeño puesto en la potenciación de la capacidad investigadora de nuestros médicos o la altísima nota que alcanzamos en el diagnóstico y tratamiento de un buen número de enfermedades avalan esa posición de privilegio de la que, me temo, no somos plenamente conscientes.

Queda, claro, mucho por mejorar: hay que garantizar el adecuado mantenimiento de las plantillas, agilizar las listas de espera, perseverar en la modernización de equipamientos, ampliar la ya espléndida cartera de servicios ofrecidos, tender a la igualdad entre comunidades, progresar en la justa retribución de quienes, día a día, se dejan tiempo y vida en nuestro cuidado. Pero desde luego no partimos de cero, sino de una sobresaliente posición que otros, lástima que no nosotros, sí que aprecian, divulgan y elogian.

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