Los otros fugitivos

Huyen del sentido común, del sentido de Estado, del más mínimo respeto a las instituciones democráticas

Viendo la foto de Santos Cerdán con Puigdemont, repanchingados en un sofá de un saloncito del Parlamento europeo, no sabe uno distinguir quien es más fugitivo de los dos. ¿Acaso merece tal carácter quien no para de recibir visitas de altos cargos del Gobierno, no a fin de reprocharle sus comportamientos delictivos, sino para suplicarle con dádivas increíbles que acceda a investir con sus siete votos al presidente que perdió las elecciones? Con el vergonzoso comportamiento del Gobierno desde la noche de las elecciones, seguido por la actitud vergonzante de quienes con su respaldo, expreso o tácito, lo respaldan, Puigdemont ha dejado de facto de ser un fugitivo perseguido con mucho esfuerzo por la justicia española, para convertirse en un aliado necesario con tratamiento de president (así, literalmente) por la izquierda, sin excepción.

No es Puigdemont, el cafre, el golpista, ya ningún fugitivo. Los que huyen ahora son los otros, los comprensivos, los agradadores, los de la supuesta concordia y la convivencia, los olvidadizos que ya no se acuerdan de lo decían hace cuatro días. ¿Pero de qué huyen? Pues huyen del sentido común, del sentido de Estado, del más mínimo respeto a las instituciones democráticas. Han articulado un discurso cínico y ventajista contra cualquier posibilidad de alternancia política en España con el único fin de mantenerse de por vida en el poder, al precio que sea, llevándose por delante cualquier obstáculo, hasta los jueces, si es necesario. Y lo es, porque saben de sobra (y hasta lo reconocen ya abiertamente, como hizo el candidato socialista el otro día ante su Comité Federal) que unas elecciones los llevaría a la oposición, y quien sabe si más lejos incluso.

Cuentan que con motivo de la jura de la Constitución por la Princesa de Asturias, desde Moncloa se intentó variar el protocolo establecido de manera que el presidente Sánchez no se sentase junto a su Alteza, como está previsto y así ocurrió hace ahora 37 años, para evitar el tiro de cámara que uniera Presidencia y Monarquía, y el disgusto, suponemos, de sus flamantes aliados e incluso algunos miembros de su Gobierno. Al final imperó, parece, la cordura, y alguien lo pensó mejor para no dejar sola a la, a partir de hoy, futura Jefe del Estado. Aunque, bien pensado, eso no sería sino otra huida más, esta vez del marco constitucional, ese que tiene pinta de no resistir mucho tiempo.

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