Mariano Rajoy tuvo una experiencia marciana, eso al menos es lo que él cuenta: cada vez que se ha sentado a conversar con Pedro Sánchez le ha dado la impresión de que trataba de congeniar con una ameba sideral, grande y bien proporcionada, pero fría, con un aparato nervioso eficaz para las situaciones extremas. Una de las veces que se reunieron para abordar el posible apoyo del PSOE al PP, Sánchez le comunicó que no había abstención posible en el mismo momento en que se daban la mano. No hubo lugar ni para la cerveza. Como sentarte como un marciano, sostiene Rajoy. Pedro Sánchez ganó de modo muy holgado las primarias socialistas del domingo pasado, y el presidente del Gobierno aún no le ha telefoneado: la antipatía mutua es pública, y ahí reside parte del éxito del nuevo secretario general. Pero los problemas del país son otros, el Gobierno del PP va a necesitar a los socialistas para encarar un nuevo septiembre catalán, en el que es posible que el Estado deba desplegar todo su poder, todo, para impedir la celebración del referéndum. No es bueno que Rajoy no hable con Pedro, ni que tampoco Sánchez lleve al PSOE por la senda de la plurinacionalidad: la diversidad de España ya está garantizada desde 1977, garantizada y aumentada en un país construido a golpes de nacionalistas que no han sido leales.

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