CUANDO nadie lo esperaba, casi por sorpresa, apareció el Real Madrid de baloncesto como campeón de la Copa del Rey. Cuando tenía casi todo en contra, una cancha hostil, un rival de tronío y un complejo ante los azulgrana que le hacía deambular por las pistas en los últimos años, resurgió el que alguna vez fuera equipo puntal del baloncesto en nuestro país para conseguir un trofeo, una Copa del Rey, que no alzaba desde hace nada menos que 19 años.

Desde que Fernando Romay, nada más y nada menos, levantase el trofeo en 1993 hasta que ayer lo hizo Felipe Reyes en el Palau Sant Jordi muchas son las cosas que han pasado en la sección de baloncesto del Real Madrid y casi todas negativas. Apenas la Copa de Europa de Arvydas Sabonis en el 95 y cinco Ligas en 20 años para un club que durante mucho tiempo fue referencia del baloncesto nacional y a nivel europeo. El resto fue una degeneración producto de la dejadez de los distintos rectores de la entidad, que fueron vaciando de fundamento la sección hasta el punto de que durante mucho tiempo estuvo más que cerca de la desaparición.

Lo único que salvó al equipo fue su masa social, irreductible pese a las continuas desdichas y desplantes. Acuciado por ella, Florentino lanzó un match ball hace dos temporadas trayendo a golpe de talonario al que se suponía era el mejor entrenador de Europa, el italiano Ettore Messina, ahora ayudante en los Lakers de Gasol. Tras el desastre deportivo y la dimisión del italiano, el presidente redujo el presupuesto y dejó el baloncesto blanco casi a los pies de los caballos. Y entonces, cuando nadie daba un duro por el futuro del Real Madrid, apareció Pablo Laso, volvió el buen juego y, desde ayer, los títulos. Una demostración de que casi todo se consigue siempre con el sentido común.