El tiempo perdido

Está claro que somos un país cainita, nuestro enemigo es el otro españolito y no el que viene de fuera

Los días tienen veinticuatro horas y las horas sesenta minutos para todo el mundo. Pero no todo el mundo las aprovecha igual. A no todo el mundo le cunden lo mismo. Hay quien pierde el tiempo de forma habitual y quien saca jugo a los minutos segundo a segundo. Lo mismo sucede a nivel colectivo. Hay sociedades o países que avanzan porque fructifican el paso del tiempo y otros que se estancan en debates estériles que no conducen a ningún sitio. Entre estos segundos, de forma inequívoca, está el nuestro.

España, que todavía se llama así de forma oficial, es sin duda uno de los países más fuertes del mundo, como diría Bismarck. Resulta odioso en muchos aspectos, pero parece ser que los hay peores. La distancia y el desconocimiento dulcifican las cosas, pero algo debemos tener cuando son tantos los extranjeros que deciden, no solo pasar aquí sus vacaciones, sino establecerse de forma definitiva durante los últimos años de su vida. Justificarlo todo con el sol y los precios asequibles es un error. Más sol y menos precio aún se pueden encontrar en otros países y, sin embargo, el preferido es el nuestro. Está claro que somos un país cainita, nuestro enemigo es el otro españolito y no el que viene de fuera. A éste se le mitifica y se le recibe con los brazos abiertos. Hemos de reconocer, y basta viajar un poco para comprobarlo, que el clima y el ambiente de la calle resultan mucho más atractivos que en otros países y latitudes.

Si fuésemos un país ordenado y los españoles más disciplinados, construiríamos un estado modélico. Pero entonces no sería España. Nos gusta la improvisación, discutimos de todo, complicamos en lugar de simplificar, nuestro intelecto no es práctico ni nuestra virtud es la síntesis. Pululan muchas mentes barrocas por estos predios y no escasea la indolencia. Un país como el nuestro, con una geografía bellísima, con un rico patrimonio monumental y artístico, una gran tradición cultural y una gastronomía envidiable, está continuamente en revisión. Al cabo de quinientos años de historia común, todavía nos preguntamos qué es España, no tenemos claro lo que supone un país suma de identidades diferentes y complementarias que, más que restar, añaden a la riqueza nacional. No asumimos la historia, sino que la estamos revisando continuamente adaptándola a intereses particulares. Esto supone un enorme desgaste y gran cantidad de tiempo perdido.

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