La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los caídos de la Sevilla de Oseluí
Sine die
A principios de 2020 nadie daba crédito a las amenazas de la inminencia de una pandemia que asolaría el planeta. Fue en marzo cuando se decretó el toque de queda y las ciudades se quedaron desiertas, los comercios cerrados, los pocos viandantes que se veían acudían a los lugares de aprovisionamiento como escondidos, recelosos, con frecuencia bajo la mirada amenazante de policías que, a lo más mínimo, te pedían la documentación como si estuviésemos en un estado de sitio. Comenzaba la guerra de las mascarillas, se vieron por la calle paseantes de perros que jamás habían salido de casa y a las ocho de la tarde los aplausos a los sanitarios ponían punto final a una jornada que transcurría entre silencios y conversaciones de azoteas.
Entre tanto tedio y aburrimiento, en una sociedad acostumbrada a no parar y a no saber convivir con el silencio, alguno encontró su momento de gloria obsequiando al vecindario con un concierto de guitarra desde el balcón o leyendo algún capítulo del Quijote. Los informativos se esperaban de forma similar a cómo nuestros abuelos escuchaban el parte pegados a la radio con los últimos datos de contagios, eso sí, ocultándose las imágenes de los miles de muertos para no herir la sensibilidad de los espectadores. Un tal Simón con pelos a lo Garfunkel, surgido de la nada, una especie de mezcla de Loco de la Colina y Hermano Calatrava con voz de Rancapino, daba cifras que nadie creía hasta desaparecer de la escena como si se hubiera diluido en aceite hirviendo.
Dos meses, tres a lo más, durará esto, decían unos. Pronto habrá una vacuna y acabará todo, decían otros. El dueño de Microsoft, que no debe ser muy torpe, aseguró por entonces que dos o tres años, mínimo, duraría la pandemia. ¡Qué barbaridad, con los adelantos que hay hoy en día! Y en ello estamos dos años después. El tío llevaba razón. Entre vacunas, crisis económica, ertes, negacionistas, pasaportes Covid y resiliencias, un alarmante aumento de casos asola a países más desarrollados que el nuestro y que creíamos estaban gestionando mejor la situación. El final no se ve. La gente, en tanto, a vivir que son dos días, a todo se acostumbra uno. ¡Quién dijo miedo! Vuelven los vuelos baratos, los bares y restaurantes están a rebosar, los estadios de fútbol al cien por cien, las listas de espera para celebraciones de bodas y comuniones de un año para otro. Y viene otra ola.
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