Con un título similar publica el papa Francisco una autobiografía que es sin duda uno de los libros más interesantes del año. Redactado por Fabio Marchese, rezuma sinceridad sobre su vida y es a la vez el testimonio histórico de una persona que ha tenido una visión de los acontecimientos globales y se ha involucrado en ellos. Es conocida su posición ante los temas económicos, conservacionista de los recursos naturales, defensor de la ecología ante el cambio climático, su crítica al exceso de la economía financiera y especulativa frente a la economía real de la producción y el trabajo, y de la política fiscal del trickle down. Relata los ataques que ha sufrido desde el inicio del papado, y cuenta como un cardenal amigo le dijo que una señora, buena católica, estaba convencida de que el papa Francisco era el antipapa, ¿motivo?, no usar zapatos rojos (que significan la sangre de los mártires). También en España hemos podido ver a unos curas de Toledo con una broma venenosa deseando que el Papa “pueda ir al Cielo cuanto antes”; pero él no se corta al mencionar “la instrumentación ideológica y política por gente sin escrúpulo de su relación con el Papa Emérito”, entre otras. Recuerda que cuando lo elegían, el cardenal Claudio Hummus le susurró: “No se olvide de los pobres…”, y a él le debe haber tomado el nombre de Francisco. Hay que hablar de los pobres –dice–, “que son la bandera del Evangelio y están siempre en el corazón de Jesús, pues en la primitiva comunidad cristiana todo se compartía, y eso era cristianismo en estado puro”. No se trata de una interpretación ingenua de cómo debe funcionar la economía, que en su complejidad actual tiene que considerar muchos intereses y donde políticas sociales pueden ser inefectivas o ir en sentido contrario al que se pretende, sino de tener presente que la producción, la riqueza, las rentas, no son valores en sí mismos, y la libertad significa muy poco si no se concreta en bienestar generalizado de las personas.

Al tiempo que mantiene la posición más conservadora ante el aborto, se refiere con detalle y palabras muy duras –genocidio generacional, dice– a la dictadura argentina; y también a la necesaria cobertura legal de las relaciones entre homosexuales, y la bendición de la Iglesia, que es la bendición de Dios al amor entre las personas. En el libro defiende a un personaje tan denostado en Europa como el presidente de Hungría, y dice que tiene razón y no es buena la uniformidad que desde Bruselas se pretende dar a los asuntos europeos, donde cada pueblo tiene su riqueza, cultura y filosofía, y las cosas deben armonizarse en la diferencia. Al mismo tiempo, recordamos la visita reciente de la vicepresidenta segunda del Gobierno a la que pregunta “si sigue tan peleadora como siempre”, y le desea “que Dios la bendiga, siga adelante y no afloje”. Estas posiciones dispares no deberían extrañar en una persona que culturalmente se nutre del cine de Rossellini, Vittorio De Sica y Fellini, que defiende la libertad y la diversidad, y “como sacerdote –dice– soy un padre, un pastor, que como tal debe estar siempre entre la gente”. Porque para tratar de escuchar y de entender, –la frase es de Joan Didion– no basta tener una ventana abierta al mundo, sino al mundo mismo.

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