Juanma 'Atrapalotodo' Moreno

El PP renuncia a la ideología más acentuada en favor del pragmatismo para aspirar a todo, tratando de no perder las esencias. El resultado es un partido tan líquido como la sociedad actual. Juanma Moreno insiste en que el agua del trasvase servirá a los nuevos regantes

Ilustración: Rosell

Ilustración: Rosell

El PP de Juanma Moreno se ha convertido en un partido atrapalotodo que ya no se conforma con agarrar la bandera de los andalucistas con una mano y con la otra la de los socialistas desencantados. Tras tumbar a la izquierda en las autonómicas y frenar en seco a Vox, los populares aspiran a todo en las municipales, aunque un tanto pasados de vueltas con las inauguraciones en serie. En apenas cuatro años y después de asistir a su propio funeral (político), el presidente andaluz ha logrado una mayoría tan aplastante, que la única duda reside en averiguar si su liderazgo ha tocado techo.

En el PP están tan crecidos, que no descartan ni dar la campanada en la capital. Lo que al principio parecía un paseo triunfal para el PSOE, va camino de la foto finish, pese a la sorprendente desgana del partido de Moreno por conquistar esta plaza. Antonio Muñoz tiene a su favor los focos de la Alcaldía y que el PP tendría que salirse del mapa para ganar. A José Luis Sanz no le valdrá con zamparse a Cs: también necesita que Vox se supere, casi un milagro. Pero el candidato popular cuenta con que aquellos populares que le prestaron su voto a Juan Espadas en 2019 porque no causaba rechazo, ahora se lo pensarán dos veces antes de votar al PSOE, tras el desgaste sufrido por Pedro Sánchez.

Los candidatos de Moreno tienen órdenes de Bendodo de arañar votos a izquierda y derecha, porque el centro ya se lo entregaron los socialistas, tras abandonar sus posiciones más moderadas. Su plan de campaña contempla incluso los territorios más clásicos de la izquierda, desde los pueblos más perdidos de la Sierra, hasta el bastión sagrado de Dos Hermanas y con un objetivo fijo en mente: la Diputación. Parece imposible, pero el PP dispondrá de un grupo bien pertrechado allá donde jamás lo soñó, en el peor de los casos.

Frente a los partidos tradicionales que defienden una ideología muy marcada en busca de adhesiones inquebrantables, como en su día AP o el mismo PP de Aznar, el movimiento que lidera Moreno sólo piensa en ensanchar su base absorbiéndolo todo a su alrededor. Para ocupar las mayores cuotas de poder, lleva meses sumando personal y estructuras de otras formaciones en caída libre -la mayoría de Cs y el PA- sin escatimar gastos y con la promesa de sillones y despachos si sale bien la jugada. La idea es tan sencilla como ganar al precio que sea, sin renunciar a las esencias, pero evolucionando hacia postulados menos dogmáticos, como se vio con el aborto.

Los populares han pasado de la ley de supuestos a la de plazos como por ensalmo, y estos cambios generan los lógicos recelos entre los militantes más tradicionales, que creían que compartirían una serie de ideas y creencias bajo las siglas del PP de por vida. Pero este catecismo ya no es válido porque, a juicio de la nueva dirección, la mejor fórmula para instalarse en el poder y, sobre todo, conservarlo, pasa por el pragmatismo.

No pocos líderes del partido le reconocen a Javier Arenas que fuese el primero en despojar al PP de viejos clichés. El ex presidente heredó un partido con una imagen asociada a la del señorito andaluz y no tuvo reparos en bajarse del caballo y pisar el polvo para convertirlo en alternativa real de gobierno, con una base electoral más ligada al común de los mortales. Por mucho que se empeñe ahora el Gobierno de Sánchez en asociarlo a los topicazos de siempre, ya no cuela. "Llevo toda mi vida en el PP y jamás me he sentido un facha, ni me han llamado facha, y eso se lo debemos, en gran parte, a Javier", destaca un dirigente del partido, que sin tapujos celebra el surgimiento de Vox como "lo mejor que nos podía ocurrir, porque ahí han acabado nuestros militantes más radicales, que no querían entender que para gobernar hemos de ser prácticos y útiles a la sociedad".

El que no guste de este partido con escaso bagaje ideológico, que renuncia a poner énfasis entre las clases sociales y que se vuelca en otros asuntos que también preocupan a la mayoría, como la seguridad y la economía, para aumentar su crédito, ya sabe dónde tiene la puerta. Y bajo esta premisa, Vox, que en el fondo es lo más parecido al PP de hace 20 años si no fuera por su especial inquina con las autonomías y la inmigración, se relame a la espera de ocupar ese espacio abonado a la ideología como quien ocupa una casa abandonada por su dueño.

La consigna en el PP no es negociable: no se alza la voz, ni se critica a nadie. Tampoco se presentan propuestas comprometidas. Basta con mantener el perfil bajo y las antenas apuntando a todas direcciones. El debate conviene centrarlo en la limpieza, el transporte público, el alumbrado, el urbanismo o las sillas portátiles y los patinetes. Y lo mejor es pasar de puntillas por cuestiones espinosas como por ejemplo la eutanasia y el aborto: ni una buena palabra, ni una mala acción en este terreno. No moverse y gastar silencio antes que mojarse y ofender a un posible votante. Y si hay que hablar andaluz se habla, como se habla gallego en Galicia con un Feijóo que sigue los pasos del pujolismo sin tanto ruido, pero con idéntico resultado, para neutralizar a los nacionalistas. La idea funciona si no se abusa, pero pica y puede llegar a escocer con este repentino empacho de andalucismo impostado.

El PP es hoy un partido líquido como la sociedad actual, un movimiento que en casi todo el territorio nacional es intercambiable con otras formaciones en el 80% de su programa, lo que le obliga a remarcar los matices y a redoblar esfuerzos para no abdicar de sus principios. Su manual para crecer recuerda a aquellos tribunales que bajan el nivel para que todo el mundo apruebe, en determinadas circunstancias. A sus dirigentes les da igual incluir en su recipiente a los votantes arrepentidos del PSOE, de Vox o de Cs, a los abortistas y antiabortistas, los andalucistas, los folclóricos y a los desengañados de toda la vida. Sólo sobran los radicales porque lo único que importa es la victoria. Y si hay que repartir 22 medallas de la Junta, para garantizar unos galardones 'inatacables' ideológicamente, pues se reparten. A este PP nadie le discute su campechanía el Día de Andalucía.

Vaya por delante que para aquellos que se marcharon a Vox, el PP es un partido irreconocible, que finge ser quien no es para alcanzar su objetivo. Lo de ir con los tiempos y evolucionar lo consideran una farsa porque son fieles a una idea fija. Pero la ventaja del PP es que los resultados y encuestas avalan su estrategia, jugando bien con el factor tiempo y teniendo presente cada territorio. Juanma ha sabido disimular todo atisbo de rencor frente a quienes le ningunearon en su día para mirar adelante con un buen equipo acorde a las circunstancias.

Muchos de los populares que acabaron en Vox dieron el paso al sentirse traicionados por un partido que no derogó ninguna de las reformas de un Zapatero que, por el contrario, apenas necesitó media hora para enterrar el plan hidrológico nacional y sacar las tropas de Iraq. Todos ellos calificaron al PP de Rajoy como la 'derechita cobarde'. Y Vox está convencido de que crecerá aún más si el PP no tumba las leyes más controvertidas de Sánchez, cuando tenga la oportunidad. Moreno y compañía son muy conscientes de todo ello, pero entienden que nadie se sentirá engañado ahora, porque su formación ha renunciado a su carga ideológica más dura para modernizarse y convertirse en un partido sin complejos y atrapalotodo, que nada tiene que ver con Vox y que ahora aspira a objetivos imposibles como la mismísima Diputación de Sevilla. Hagan juego.

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