La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Era urgente guardar silencio, alcalde
Va a haber que ir moviendo papeles –que después, vuecencias, se nos pasan los plazos y nos quedamos con las patas colgando- para que la Unesco declare Patrimonio Natural de la Humanidad la primavera de Sevilla. Sí, la cacareada, canturreada y versificada primavera sevillana. No por sus tradiciones e indiscutibles valores culturales que le dan su sabrosura, sino por la infinita misericordia del solsticio para con los desterrados hijos de Eva –Abeles y no pocos Caínes– que aquí habitamos; por su infinita misericordia para con una ciudad que en las últimas décadas se ha portado reguleras con su propia naturaleza. Asfaltarás la Tierra. Hubo otros tiempos, hechos de otra pasta, en que quienes trazaban las ciudades tenían presente que había que aliviar la piedra con trinos claros y espesas sombras verdes.
A pesar de ello, a pesar de plazas duras y barrios diseñados para sembrar huevos fritos en sus esquinas llega, insurgente, la primavera a Sevilla y nos regala, para martirio del alérgico, un espectáculo apabullante. Sin merecérnoslo ni una mijita. Tiene mérito. Porque si el campo en estos días me va volviendo loca de avenas allá por donde voy, lo que brota entre lo duro de los tejados, espadañas, baldosas y grietas de la calle (jaramagos, espiguitas, flores fieras que a algunos tanto molestan) me resulta, por su clemencia, directamente conmovedor. “Quiero hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos”, decía el poeta. Suéltame del brazo, Pablo Neruda, y tápate un poquito: lo que el presente solsticio está haciendo con Sevilla solo está al alcance del amor de la Tierra.
Digo esto –y así titulo esta columna– a pesar de nosotros. A pesar de lo que hacemos contra su presencia, la naturaleza cada año, y en especial este 2024, nos cubre con su manto jacarandoso, nos refresca la cara y nos caldea el lomo. A pesar de lo que hacemos contra ella y a pesar también de nuestra sobrada incapacidad para sentirla, pues el esplendor que nos brinda ni lo vemos muchas veces, presos de la prisa, de lo urgente, de otras cosas que consideramos más impactantes e importantes. (Para espectáculos bonitos, esos que se hacen aquí y ahora con lucecitas, y no las flores...). Isabel Escudero compuso y me enseñó esta letrilla:
“Hasta para ti, / que no te enteras, / ha llegado / la primavera”. Cierto es. Hasta para mí, que no me entero, ha llegado el exultante mes de las flores.
Todo en torno florece, y una raya de astillas que saja el cielo del arrabal me recuerda el daño que somos capaces de infligir a lo que nos da la vida: es el ficus que se pudre de pena en San Jacinto. Mas a pesar de nosotros, insisto, comparece en Sevilla una de las más hermosas primaveras.
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