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¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Los tomates de Ségolène

Da la sensación de que Ségolène Royal ha tirado de nacionalismo para tapar algo mucho más grave

Señora con tomates.

Señora con tomates.

A la política socialista Ségolène Royal no le gustan los tomates españoles. Es más, dice que son incomestibles. Puede que tenga su parte de razón, sobre todo si no los come en su temporada. La fruta y la verdura fuera de su estación suelen ser un asco. Nos empeñamos en devorar tomates cuando es tiempo de alcauciles y cardos y, claro, la cosa no es lo mismo. Probablemente, Ségolène Royal, como toda su parentela política, sea de esas políticas que están dando todo el día la tabarra con la sostenibilidad y lo ecológico. Son los mismos que después viajan en Falcon a La Coruña, cambian de chaquetón todos los inviernos y quieren deglutir tomates en febrero. Vano paripé. Si la madama socialista quiere comer buenos tomates españoles que pregunte por el huerto de Falique Moreno, allá donde chocan las placas tectónicas de Alcalá de Guadaíra y Utrera. Son tiernos y sangrientos, como el lomo de novillo bajo argentino. Pero tiene que ser verano, cuando la chicharra se desgañita. Y, a ser posible, es mejor no ir en helicóptero.

Da la sensación de que Ségolène Royal ha tirado de nacionalismo para tapar algo mucho más grave que su disgusto con los tomates españoles: la gran rebelión del campo europeo, harto de la izquierda caviar y sus discursos de Coronel Tapioca disfrazados de gran verdad científica. Los agricultores españoles y franceses no deberían entrar al trapo. Hay muchas más cosas que los unen que las que los separan. Y no sólo su oposición a los impuestos verdes, los precios del gasoil o la competencia desleal de los países extracomunitarios (de la sequía no tiene la culpa nadie). Sino también y sobre todo la indignación ante ese desprecio a lo rural que se ha instalado en el progresismo urbanita que manda en la izquierda, los que quieren un campo sin labradores ni pastores, un bonito decorado para pasar el fin de semana en una coqueta casa rural. De los rústicos les molesta todo: su afición a la caza, su gusto por devorar carne, sus bares de machotes, sus carajillos, sus niños vestidos del Real Madrid...

Es cierto que el mundo agrícola siempre ha tenido fama de quejoso y que Europa le ha entregado cantidades astronómicas de dinero, pero no todo se resuelve con dinero. Vuelven las columnas de tractores a las carreteras de Europa y puede que estemos ante una amplia rebelión que colapse las ciudades y sus mercados centrales. Ya veremos si este verano podemos comer tomates españoles de los buenos (malos también los hay).

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