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Israel Fernández en Sevilla: culto al cante

Imágenes del concierto de Israel Fernández

Imágenes del concierto de Israel Fernández / Juan Carlos Muñoz

Con esa impronta de héroe de una mitología antigua, con su figura de dios mediterráneo. Así apareció sobre el escenario del Teatro de la Maestranza el cantaor Israel Fernández. Lo vimos llegar por un lateral de las tablas, atado a unas riendas, llevado por una mujer joven. El artista sugería así ser ese pura sangre dominado, aunque se fuese desbocando, en un cante indómito y salvaje, lleno de verdad y de nobleza, a lo largo del concierto.

Porque fue este un recital de carácter y de fuerza expresiva -soberbia- en una voz singular. Distinta. Personal. Un estilo que se percibe en la manera en la que el público recibió al cantaor. Israel Fernández llena escenarios -este teatro de Sevilla estaba lleno- porque se diferencia de su generación y de los coetáneos. Tiene ese algo que nadie sabría definir con exactitud, pero que es esencial y que quizá se llama genio, quizá virtuosismo. Dicen que una canción es una buena letra, una buena música y algo más que nadie sabe decir pero que es lo importante. Y eso es este cantaor. Eso fue Israel Fernández durante hora y media

En el escenario las vallas de un establo y una cruz de madera. El cantaor, ya liberado de sus riendas, se situó en el centro para interpretar Soleá de mi casa, de cuya letra se desprende ese propósito de Israel Fernández por homenajear sus raíces. Emanaba la voz de la garganta con el impulso con el que nacen los ríos, o con la grandeza y naturalidad -qué difícil es eso- con la que despiertan las primeras luces del alba. Apenas llevábamos diez minutos del concierto y ya se escucharon los primeros oles, los primeros entusiasmos de los fans. Ya se sabe: es Israel Fernández uno de esos artistas que entran en la categoría de lo pop. De los márgenes de la cultura popular. El cantaor trasciende los esquemas habituales del género y lo mismo colabora con Sara Baras que con C. Tangana. 

Aplausos desde las butacas y, sin demora, cante por alegrías. Cádiz en el Teatro de la Maestranza. De la plaza de las Flores al Paseo Colón. Ritmo con las palmas que se contagiaba más allá del escenario. La voz de Israel Fernández modulada y medida, pero a su vez inmensa, iba creciendo a compás de los nudillos. En Me encuentro solo, siguiente tema que se interpretó -incluido en el disco Pura sangre-, continuó el cantaor esa senda del temperamento torrencial. Ayudaba una puesta en escena en la que se jugaba con las luces y con los sonidos. Añadiendo así más teatralidad a los cantes. Quizá sea esta otra de las particularidades de este artista. Su dominio de los lenguajes contemporáneos. En este tiempo de constantes estímulos, donde lo visual está tan presente, el espectáculo Pura sangre ofrece ese contenido que apuesta por otras maneras que dan plasticidad, que mantienen al espectador atento y, también, claro está, conmovido. 

Una luz anaranjada, como de tarde de verano, iluminaba los perfiles de Israel Fernández. Aunque era una luz tenue que contribuía a los claroscuros. Como un cuadro barroco. Barroca era también la guitarra de Diego del Morao. Barroca en el sentido de expresiva, de imponente. Llegó así el turno de las bulerías. Inevitables los compases desde el público e inevitable el movimiento de pies, al ritmo, que se escuchaba entre las butacas del Teatro de la Maestranza. Se acomodaba -en varias ocasiones- Israel Fernández el micro entre su voluminosa melena. 

Extraordinario el cantaor en Vino amargo, donde se atrevió con el piano. Las luces se proyectaban hacia el público. Y esa proyección es imagen de la intensidad de la voz de Israel Fernández. La cual llegaba y traspasaba todo. Objetos, siluetas, emociones. Aplaudía el público al concluir el cante, y se escuchó, desde uno de los laterales del teatro: "¡Eres un monstruo, Israel!". A lo que el cantaor respondió que "estaba muy nervioso", y agradeció tanto cariño.

En Pura sangre destacaron las bulerías, en las que Diego del Morao lució muñeca y son de Jerez. Y en las que Israel Fernández, cómplice del guitarrista, acompañaba con gestos cada vez más flamencos. Vivos y entregados. Como viva y entregada estuvo Sevilla en esta noche de cante y otoño en el Maestranza.        

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