ES muy astuta hechicera, que puede bajar los cielos, hacer temblar la tierra, cuajar las aguas, deshacer los montes, invocar diablos, conjurar muertos, resistir a los dioses, obscurecer las estrellas, alumbrar los infiernos".

-Qué, mi preciada bruja, te gustaría que esto se dijera de ti o piensas que corresponde a esa Reina Bruja que tú no reconoces porque el régimen del Infierno es más bien republicano.

-Si fuera capaz de esos prodigios, ¿tú crees que me pasaría la Feria condenada al machacón suplicio de las vueltas del tren?

-Como te prefiero antes que a ninguna otra distinguida bruja, lo antedicho viene a cuento de una de las dos brujas hechiceras, Meroe, que, junto a Phantia, dan argumento a Apuleyo para contar las aventuras y desventuras de Lucio, deseoso de saber arte mágica en la región griega de Tesalia.

-Ya veo que te despertó curiosidad la conversión en asno de ese inquieto, extrovertido y muy osado zagal, como te conté hace poco cuando me dieron ganas de transformarte en un mal bicho, con los estropicios que provoca mi magia negra por falta de uso.

-Pues dime entonces -yo no te tengo por bruja escacharrada- qué hechizo te gustaría hacer antes que la Feria se descomponga.

-Para embrujos no estoy, aunque quieras entresacarme alguna ocurrencia. Pero te diré una cosa, me gusta desvelar a los fanfarrones, cambiar el carácter de los esaboríos y trastornar las reservas y las inhibiciones de los tímidos.

-Pues entonces no darías abasto en el real y te pediría que me aceptaras como aprendiz de brujo para un relato de hechicería en el que nos reconociéramos muchos.

-Antes debes leer un poco más porque mira qué dice Lucio del pensamiento de los hombres: "¿No sabes que muchas cosas piensan los hombres, con sus malas opiniones, ser mentira, porque son nuevamente oídas, o porque nunca fueron vistas, o porque parecen más grandes de lo que se puede pensar, las cuales, si con astucia las mirases y contemplases, no solamente serían claras de hallar, pero muy ligeras de hacer?"

-O sea, que no hace falta arte mágica sino la agudeza y la habilidad de la astucia.

-No haré demérito de mi oficio brujesco, que te doy la mano y tomas el brazo, enteraíllo.

-Es que me confundes, porque de fanfarrones, esaboríos e inhibidos, como fauna de la jungla de la Feria, pasas a la entidad de Ésta y concluyes, bruja leída, con que no hay que preguntarse mucho por las razones de la Feria, sino encontrarlas con perspicacia.

-Bruja soy pero no filósofa y tú plumilla pero no exégeta.

-Pues no quiero que acabe la Feria sin que me hagas más astuto con un buen hechizo.

-Uy, uy, escribidor, que esta complicidad me trastorna y puedo cometer el error de acertar. Ya veo por qué empezaste hoy señalando grandes prodigios hechiceros.

-Y por qué acabo entregado a tu magia sin reparo.

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