TIEMPO El último fin de semana de abril llega a Sevilla con lluvia

DERBI Horario y dónde ver el Betis-Sevilla

Pensaba yo, bruja dilecta, que ibas a dar un repasito a tu tren, después de dos años parado, o de tunearlo para así adaptarlo a tu gusto y, también, procurar más atractivo a la feriante atracción -déjame que juegue con las palabras- del tren.

-A ver, quisquilloso, mi tren está decente y no pierde su identidad. ¿A qué te gusta esta cursilería resultona?

-Ay de las identidades, brujita, que a veces no son eso, sino prejuicios, cuando no tópicos, si es que no resultan lo mismo. Aunque ahora no piense en tu tren, pero tampoco pretenda devanarme la sesera con la identidad de la Feria.

-Oye, con el diminutivo, por cariñoso que parezca, no vas a conseguir mi complacencia. Déjate de digresiones -te regalaré otro libro de Saramago- y me debes explicaciones por los infundios de ayer sobre el uso de mi atracción de feria como tapadera de otros negocios, no diré que en negro porque te pondré con ello la pelota para un remate fácil.

-Es que no te percatas de los guiños, bruja mayor -¿te gusta más así?-, y entras al trapo con un mal genio infernal -no es por señalar-. Yo solo quería decir que tú vales más que para propinar escobazos en las sombras de las vueltas del tren, con gesticulaciones chuscas. Y no que te pases la Feria enhebrando un conjuro con otro, un hechizo detrás de otro, en provecho propio y ajeno, sin factura ni iva repercutido.

-No te voy a enseñar el libro de cuentas de mi tren, si es lo que pretendes, pero comprenderás que ando justita y tengo que buscarme la vida con lo que se ponga a propósito.

-De modo que te hice un guiño, sin darle crédito, y resulta que era cierto.

-Ni hiciste un guiño, porque usas esas tretas para disimular tus intenciones, ni es tan verdad lo que ahora das por cierto.

-A cuánto sale un buen conjuro, entonces, que me lo voy a pensar porque me he propuesto pasar una Feria en condiciones y será cuestión de asegurarlo con el concurso de la brujería.

-Sin reserva ya no es posible, escribiente, porque ando repartida entre los andenes de Atocha y las salas de embarque del aeropuerto de Barcelona, repletos de feriante ávidos.

-A esos viajeros festivos no les hacen falta embrujos y creo que me estás dando esquinazo.

-No te confundas, pazguato, que la Delegación de Fiestas Mayores, del Ayuntamiento, me ha contratado -con todos los papeles en regla- para que reparta encantamientos aleatorios a fin de distraer la larga espera en el control de los equipajes y en las laberínticas colas del acceso a las puertas de embarque.

-Entonces te hará falta una escoba supersónica o el divino -tampoco es por señalar- don de la ubicuidad.

-Plumilla leído, recuerda a Cortázar, Todos los fuegos el fuego, y piensa ahora en la bruja: todas las brujas la bruja. De modo que deja el don divino -me sulfuras- en el socorrido rincón que los mortales buscan para lo inescrutable.

-Hechicera literaria, bruja multiplicada, me estás impresionando.

-Eso tiene poco mérito porque te sorprendes con poco y te daría pánico saber de qué soy capaz.

-Dame cita, venga, porque la Feria es cuestión de días y no quiero pasarla sin pena ni gloria.

-Anda, espérame en Santa Justa y no hagas aspavientos cuando me veas llegar con el traje de fla-menca en una funda de viaje.

-Pero yo no sé bailar sevillanas.

-¿Por qué piensas que quiero bailarlas contigo?

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