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Humilde silencio

Humilde y Paciente. Llega sin advertirlo como nuestra mejor y dulce memoria

Es hoy el silencio de las medallas con el cordón aguardando en la mesa. Las papeletas de sitio sin doblez ni guardadas todavía apresuradamente bajo la túnica o el esparto. Los hábitos nazarenos colgados acumulando esperas y promesas. Abrazas en ese instante un hoy abrigado de memoria. Donde te encuentras –o reencuentras-con todas tus etapas. Donde solamente si miras co el corazón, sabes que no falta nadie. Silencios de besar la medalla antes de salir a la calle o de coger el costal o la particella de tu instrumento. Últimos silencios en la paz de los callejones que volverán a reverdecer con la visita de la cofradía. De los balcones que esperan con las colgaduras mecidas levemente por el aire de la tarde.

Y en el vértice del esplendor del día más hermoso, del día del sol por dentro, en la jornada de Ramos. Esplendor de barrios y de centro. De capas y contrastes de colas al brazo. Justo ahí, se nos aparece la piedra angular del Siervo. Abatido. Hundido por el sol de la tarde. Humilde y Paciente. Llega sin advertirlo como nuestra mejor y dulce memoria. Y querría sentirlo acariciado en su abatimiento por la Escolanía de María Auxiliadora, que le conducen en un plano lento y en contraluz al encuentro con la ciudad, tan pequeño en su infinita grandeza. Lleva en su espalda escritos todos los versos de Isaías. Eres, Señor Humilde y Paciente, la hendidura en la roca de Dios. La fuente callada que no deja de ofrecernos algo de agua para nuestra sed. Clausura abierta en la esplendidez abierta y cóncava de la tarde de Ramos. En la soledad habitada del Sagrario de Los Terceros; en blanco cortejo de tu cofradía noble y buena como el Pan Eucarístico que anuncia, sé que nos acompañas haciendo tuya esta tarde nuestra. Y cuando se agoten los días más esperados y nos sintamos verdaderamente amados, volveremos al silencio de esperarte en la vida. Aprenda yo siempre, Señor, de tu Humildad y Paciencia.

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