Toca cuidarla. Volver a abrazarla con ausencias que son presencias y con lo memoria que habla de tu vida. Si la Cuaresma es el tiempo de gracia en el que el desierto vuelve a ser el lugar del primer amor. Si queremos volver a abrazar la emoción de sacar de la caja y tocar aquella papeleta de sitio. Los momentos con familia y amigos el día de la cofradía, todos nazarenos delante de nuestro Cristo. Cuando teníamos toda la vida, nuestra vida, abrazada a aquellos a los que quiero en el día más esperado. Si queremos volver a tejer la red de relaciones que me unen, me religan, a mi prójimo y a mis hermanos. Debo recuperarla en el cuidado, del desierto de los comunicados y contracomunicados. De asperezas en las opiniones. De la irascibilidad que toca y mancha lo más hermoso cuando lo fue. De fríos planteamientos técnicos que convierten en números, conteos y segundos lo que era la emoción más sagrada y hermosa. El lugar –la cofradía– al que siempre querríamos volver.

La emocionante y extraordinaria La sociedad de la nieve de J. A. Bayona tiene la sensibilidad medida para contar otra historia que discurre lentamente junto con la tragedia y supervivencia conocida. Tejer una sociedad del cuidado, donde importaba vivir por los otros y para los otros en las condiciones más extremas imaginables. Decía uno de ellos: “La abracé con todas mis ganas y nunca sentí un amor como lo había sentido en ese momento”. Al personaje de Numa, cuya voz va acompañando la supervivencia de los otros, le toman de su mano un papel arrugado que había escrito: “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”.

Nuestra Semana Santa, la de las cofradías y devociones que nos levantan de nuestra realidad actual de hijos pródigos de nosotros mismos, necesita que la abracemos. Que volvamos a una cultura del cuidado porque ahí nos encontraremos con lo más vivo y auténtico de nosotros.

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